jueves, 27 de septiembre de 2012

Frances Ashcroft: "La ciencia es un 90 por ciento de sangre, sudor y muchas lágrimas"


Frances Ashcroft: "La ciencia es un 90 por ciento de sangre, sudor y muchas lágrimas"

Magazine | 11/05/2012 - 13:00h
Frances Ashcroft, en el laboratorio de la universidad de Oxford donde ha conseguido sus mejores logros Archivo
El descubrimiento que dio relevancia internacional a la británica Frances Ashcroftes es uno de los más trascendentes de la medicina actual, ya que sirvió para mejorar de forma sustancial la vida cotidiana de millones de personas en todo el mundo. En 1984, esta científica y profesora de investigación en el departamento de Fisiología, Anatomía y Genética de la Royal Society británica, y miembro de la junta de gobierno (fellow) del Trinity College de la Universidad de Oxford, descubrió una proteína (un pequeño poro denominado canal iónico) que actúa de nexo entre los niveles de glucosa de la sangre y la secreción de insulina. Gracias a ello, quienes sufren una determinada forma de diabetes hereditaria pueden prescindir de las inyecciones diarias de insulina y tratar la enfermedad con una o dos píldoras de un medicamento ya existente. Además, se probó que ese medicamento mejora el control de la glucosa y, en consecuencia, reduce el riesgo de efectos secundarios de esa dolencia, como la ceguera o las afecciones renales.
Actualmente, Frances Ashcroft está empeñada en descubrir por qué motivo un 25% de los pacientes con esta enfermedad sufre también problemas neurológicos, y sigue investigando qué causa el mal funcionamiento de la secreción de insulina en la diabetes de tipo 2, que afecta a unos 366 millones de personas en todo el mundo.
Frances Ashcroft llega tarde a la entrevista, que tiene lugar pocas horas antes de la ceremonia en la sede de la Unesco de la capital francesa, donde recibirá, con otras cuatro colegas de distintos continentes, un premio dotado con 100.000 euros.
Se disculpa explicando que le ha resultado difícil encontrar taxi en esta mañana primaveral de París, y con una sonrisa pícara que resta años a la edad que asoma a su rostro, dice sentirse contenta y afortunada, “porque he tenido que correr para conseguir el taxi y apenas me he cansado; no estoy en tan baja forma como creía”. Aunque la conversación posterior revelará que lo que en realidad le hace aparecer y sentirse joven es su dedicación apasionada a la ciencia, “una odisea interminable que te obliga a estar siempre despierto, al tanto de las nuevas tecnologías y desarrollar tus propias herramientas de investigación. Siempre vas hacia delante, lo que te permite aprender cosas nuevas y hacer descubrimientos”. Después de tomar una taza de té en la que apenas sumerge unos segundos la bolsita, responde a la primera cuestión.
Afirma usted que la ciencia es algo muy emocionante. En su caso, ¿supone una emoción añadida ver que los frutos de su trabajo benefician a personas reales?
La ciencia es excitante por sí misma, y para mí la verdadera emoción consiste en ser la primera persona del planeta en ver algo que nadie antes ha visto, hacer un nuevo descubrimiento y comprender qué es lo que estás viendo. Eso ocurre muy pocas veces en la vida de un científico, pero cuando se produce es un momento mágico, impresionante, que te engancha para siempre y es lo que te permite soportar años y años de trabajo en el laboratorio sin resultados inmediatos.
Pero tener la posibilidad de que los enfermos le agradezcan personalmente su trabajo debe de resultar impactante.
Es otro tipo de emoción. Como científico, y más cuando trabajas en el campo de la medicina, como es mi caso, siempre esperas que tus logros beneficien a las personas, pero nunca imaginas que puedas llegar a verlo en vida. Me considero enormemente afortunada de haberlo conseguido. Sin duda, es algo que te compensa y te hace ser humilde. Hay momentos muy especiales y maravillosos, como cuando se me acercó una chica joven y me dijo: “Gracias a usted puedo ponerme por primera vez un vestido”. ¿Cómo es eso?, le pregunté. “Ahora ya no tengo que llevar el dispensador de insulina sujeto con esparadrapo y disimulado debajo de la ropa”.
¿Recuerda todavía qué sintió en el preciso momento en que fue consciente de su hallazgo y su relevancia?
Era de noche y estaba sola en el laboratorio cuando de pronto descubrí aquel canal (iónico) taponado por la glucosa. Me quedé pasmada por la trascendencia de lo que estaba viendo, porque fui consciente enseguida de su importancia.
¿Tuvo la sensación de haber encontrado la razón de su existencia?
La ciencia es como un árbol, cada rama que cortas da vida a varias más. En ciencia, cada respuesta te plantea veinte incógnitas nuevas, y a partir de cada una de estas, surgen otras tantas. Así que a veces alcanzas metas que te permiten plantearte muchos escenarios distintos de las consecuencias que van a tener y puedes hacerte la idea de por dónde vas a continuar. En otras ocasiones descubres algo nuevo o inesperado que no sabes ni cómo funciona ni qué significa, lo que resulta muy frustrante, porque querrías tener las respuestas en ese mismo instante. La ciencia es un puzzle en el que siempre falta una pieza por encajar. Es lo más interesante de mi trabajo.
Por cada éxito, ¿cuántos fracasos?
Yo diría que el 90% es sangre, sudor y lágrimas, muchas lágrimas. El resto son satisfacciones que lo compensan todo.
¿Cómo nació su interés por la diabetes, por alguna implicación familiar o personal?
No, en absoluto. Elegí ese campo porque al iniciar mi carrera profesional quise centrarme en algo en lo que nadie hubiera trabajado antes, y busqué deliberadamente un terreno que tuviera que ver con la actividad eléctrica de las células en relación con alguna enfermedad. Era una manera más segura de conseguir aportaciones económicas y producir algún impacto social. Además, en la Universidad de Oxford había otros equipos trabajando en distintos aspectos de la diabetes y era factible interactuar con ellos. También tuve la suerte de que en aquellos años se desarrollaran técnicas que permitían ver células muy pequeñas, que hasta entonces no se habían podido observar, a partir de su actividad eléctrica. Las propiedades eléctricas de las células son lo que hace que funcionen de la forma adecuada.
¿Fue de las primeras en usar esas herramientas?
Yo diría que sí. Lo que ocurre es que los científicos que llevan muchos años investigando en un campo determinado tienen una manera concreta de considerar las cosas y no suelen mostrarse dispuestos a cambiar sus métodos de trabajo. Yo era novata y acababa de llegar a Oxford, y como tenía poca experiencia, podía permitirme estar más abierta a nuevas ideas, a examinar las cosas desde otro punto de vista, con otra mirada. En todo caso, la base de la ciencia es persistir en tus ideas y aceptar los desafíos. Cuando existe controversia, cada uno se esfuerza en probar sus teorías y acaban surgiendo distintas soluciones, y a menudo todas resultan válidas.
Después de hacer una aportación tan trascendental para la medicina, ¿cree que llegará a ver otro descubrimiento de ese nivel?
Lo único que puedo afirmar es que no pienso dejar de intentarlo. El problema es que se precisa mucho tiempo para que un descubrimiento acabe materializándose y beneficiando a quienes lo necesitan, lo normal, en mi terreno, son unos 25 años. Mi reto consiste en ser capaz de seguir trabajando al mismo nivel que ahora en los próximos 25. Por desgracia, no vivimos eternamente y a medida que me hago mayor, voy siendo más consciente de las limitaciones. No me gusta, pero así es.
¿Cómo es el día a día de un científico?
Depende del lugar que ocupas. Si formas parte de un equipo, te pasas la mayor parte del tiempo haciendo experimentos o discutiéndolos con tu supervisor. Si estás al frente del laboratorio, como es mi caso, son horas y horas redactando informes o artículos para publicaciones, comentando los avances con tus colaboradores. También tienes que diseñar los experimentos, observar los resultados, interpretarlos. Al final, es un trabajo más de despacho que de laboratorio, más intelectual que manual.
¿Existe un momento en que se dice basta, o su mente sigue pensando constantemente en probetas e investigaciones?
Me he fijado un horario, desde las siete de la mañana hasta las siete de la tarde, aproximadamente. Cuando estás realizando otras actividades, te da la sensación de que te has evadido del trabajo, pero las ideas se quedan en algún rincón de tu cerebro y, de pronto, incluso cuando estás durmiendo, se te ocurre cómo funciona algo en lo que has estado trabajando y que no conseguías solucionar. Pero es lo mismo que le puede suceder a un escritor o a un pintor: cuando menos te lo esperas, se te aparece la frase o la pincelada que has estado buscando todo el día. Procuro hacer otras actividades que no tienen relación alguna con el trabajo y tan diversas como volar, navegar, escalar... también elaboro flores de azúcar para pasteles de bodas, escribo libros de ciencia divulgativa… Todo me divierte.
¿Cree que ha influido de alguna manera en su trabajo el hecho de ser mujer?
Nunca me han tratado de manera distinta por ese motivo, ni en mi actividad cotidiana ni en las publicaciones. Las diferencias entre hombres y mujeres científicos son las mismas que entre profesionales de cualquier otra disciplina.
Usted dirá.
Son cosas muy simples que veo con mis estudiantes. Los chicos son más arrogantes, y las mujeres, más inseguras. Ellas siempre piensan que no son lo bastante buenas y ellos están convencidos de que son capaces de resolver lo que se les ponga por delante. Pero en el fondo, todos tenemos idénticas inseguridades: los hombres las demuestran con la arrogancia, y las mujeres, con sus dudas. También he observado que tenemos diferentes formas de trabajar incluso con la misma preparación, capacidad y creatividad. Pero, al final, la ciencia es tan mágica, emocionante y excitante que hace que te olvides de ti mismo.
¿Cómo se decide ser científico?
Yo, gracias a que nací y pasé mis primeros años en el campo, en Dorset (al sur de Inglaterra) siempre estuve en contacto con la naturaleza y ya de niña me gustaba observar las flores silvestres y las aves salvajes de mi tierra. Mi padre era artista –hacía obras con cerámica– y mi madre, maestra, y ambos me inculcaron que había que poner amor y pasión en cualquier cosa que hicieras. Yo apliqué esta filosofía de vida a la ciencia. Aunque, en definitiva, lo que mueve a un científico es la curiosidad. Hay actividades en que las ansias de saber nunca quedan satisfechas, por años que dediques a buscar respuestas a las incógnitas. Y la ciencia te ofrece muchas herramientas con las que jugar.
¿Qué necesita ahora el enfermo de diabetes para mejorar su vida?
Mejores terapias de tratamiento, porque aún no sabemos cómo se produce.
¿Sus investigaciones se centran en ese aspecto?
Quiero comprender cómo se controlan los niveles de azúcar en la sangre y qué es lo que no funciona con la diabetes. Hace años descubrí la pieza que faltaba en el rompecabezas de cómo las células del páncreas segregan insulina cuando aumenta el nivel del azúcar en la sangre. Y eso fue mi descubrimiento clave. Lo que permitió que al cabo de unos años se pudiera aplicar una nueva terapia a quienes nacían diabéticos. Se pudo sustituir las inyecciones de insulina por una píldora una o dos veces al día. Ya puede imaginar cómo cambió eso sus vidas. Mi santo grial particular es llegar a conocer la estructura atómica del canal iónico, que es algo muy, muy complicado. Y también saber por qué algunos pacientes desarrollan problemas mentales asociados a la diabetes.
¿A qué se debe que haya tantos afectados de diabetes en el mundo?
En el mundo hay unos 366 millones de enfermos y cada año mueren más de cuatro millones y medio, y se prevé que esa cifra se haya doblado en el 2030. Sabemos que uno de los principales motivos es que se come demasiado. Ha habido una explosión de casos en las décadas recientes y se ha podido establecer que no se debe a un cambio genético, sino a la obesidad. La diabetes empeora con la edad y con el exceso de peso.
Un estilo de vida más saludable es, entonces, básico para evitarla.
Totalmente. Hay que comer más sano. Por ejemplo, durante la guerra de la antigua Yugoslavia se observó que en lugares como Bosnia o Eslovenia los enfermos de diabetes precisaban dosis más bajas de insulina, y se llegó a la conclusión de que se debía a que a causa de la guerra había mucho menos que comer y la gente adelgazaba. Es indudable que con menos peso se vive mejor.
Hablando de otros aspectos de la ciencia, ¿cree que la humanidad encontrará la manera de acabar con el hambre en el mundo?
Dios mío, no creo estar preparada para contestar a esta pregunta. Aunque
pienso que hay una forma muy fácil de lograrlo: frenar el incremento demográ­fico.


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