sábado, 15 de septiembre de 2012

El Conocimiento aporta Felicidad San Agustin


Educación = salud + longevidad

Decía san Agustín que el conocimiento es la felicidad, y los ilustrados, que la educación era el camino para llevar al pueblo a ser feliz. Que la educación nos haga más felices no es fácil de medir, pero sí hay evidencias de que a mayor nivel educativo mejor salud y más años de vida

ES | 14/09/2012 - 09:37h
MÁS FORMACIÓN, MEJORES HÁBITOS
  • Los investigadores creen que quienes tienen mayor nivel educativo tienen unpeso más cercano al ideal

    Los estudios indican que prolongar la escolarización previene el consumo de alcohol a edades tempranas

    A mayor educación, más acceso a la información y más concienciación ante las campañas antitabaco

    Dicen las estadísticas que quienes tienen menos es­tudios van menos al médico y se cuidan menos

    La práctica regular de ejerciciotambién es más frecuente entre quienes tienen estudios medios o superiores
“Cada año de escolaridad adicional aumenta en un año y medio la esperanza de vida a los 35 años”. “Las personas con una formación básica tienen un 54% más riesgo de mortalidad que quienes poseen estudios superiores”. “La esperanza de vida a los 25 años es siete años superior entre quienes completaron estudios universitarios que entre quienes se quedaron en secundaria”. Estas son algunas de las conclusiones que arrojan diferentes estudios relativos a la incidencia de la educación en la vida de las personas. Son muchos los investigadores –de ámbitos y países diversos– que han analizado los efectos de un mayor o menor niveleducativo, y muy fuerte la relación que han encontrado entre educación y salud. “Hay diferencias muy grandes en indicadores como la longevidad, la mortalidad o la depresión entre las personas con más y menos educación”, explica Adriana Lleras-Muney, profesora de Economía en la Universidad de California (Los Ángeles), que ha investigado la vinculación entre salud y educación en Estados Unidos y en otros países americanos. Su experiencia es que “las personas con mayor nivel educativo se comportan de forma diferente: fuman menos, beben alcohol de forma más moderada, hacen más ejercicio, tienen un peso más cercano al ideal, van de forma más regular al médico y, en conjunto, terminan siendo más saludables y viviendo más tiempo”.
No es un comportamiento que se observe sólo al otro lado del Atlántico. Investigadores de la Universidad de Granada publicaron hace unos años un informe destinado a redistribuir los servicios sanitarios que demostraba que quienes tienen menor nivel educativo van menos al médico. Y la vinculación entre años de escolaridad obligatoria y esperanza de vida, que ha comprobado Lleras-Muney en Estados Unidos y en la República Dominicana, la describen estudios similares realizados en Suecia, Dinamarca, Inglaterra y Gales.
¿Por qué? ¿En qué incide estudiar más para ser más longevo? La directora del centro de longevidad de Standford, Laura Carstensen, ha manifestado públicamente que las personas con mayor educación logran mejores empleos, mejor remunerados, que exigen menos esfuerzo físico y proporcionan mayor placer, viven en barrios más seguros, llevan estilos de vida más saludables y tienen menos estrés.
Javier Salinas, catedrático de Economía y Hacienda Pública de la Universidad Autónoma de Madrid, que ha trabajado sobre la relación entre educación y bienestar subjetivo, explica que la teoría del capital humano considera la educación como una inversión con una serie de rendimientos positivos para el bienestar individual: aumenta la probabilidad de participar en el mercado laboral, de mantener el puesto de trabajo y de promocionarse y mejorar el salario; también reduce la realización de tareas rutinarias y aumenta la participación en las decisiones relevantes, y tiene efectos positivos sobre la salud.
Desde un ámbito bien distinto, Manuel Martín Loeches, responsable de neurociencia cognitiva del centro UCM-ISC3 para la evolución y el comportamiento humano, asegura que en nuestra civilización quienes tienen estudios consiguen mejorar social y biológicamente porque la educación te proporciona más recursos para enfrentarte a la vida, para obtener mejores puestos de trabajo, mejores recursos económicos y mejor posición social, “que es muy importante porque nuestra especie es muy social y si tienes una buena posición en el grupo vas a conseguir mejor pareja, más sana, y eso se traducirá en una mayor descendencia, y más sana”. Adriana Lleras-Muney opina que las personas con más educación acostumbran a ser también las que tienen mayor acceso a la información y, por tanto, tienden a enterarse primero de las innovaciones científicas y de las recomendaciones sobre cómo cuidarse. “Fueron los primeros en enterarse de que el tabaco era malo o de que es importante ponerse el cinturón de seguridad en el coche, y además se creen la información y les cuesta menos concienciarse y cambiar su comportamiento porque tienen deseos de mantenerse con buena salud para seguir con su vida, en la que tienen cosas que disfrutar (ocio activo, relaciones, etcétera) y que creen que merecen la pena”, comenta.
Pero todos estos argumentos económicos y sociales para justificar que la educación nos hace vivir más y mejor parecen perder solidez a la luz del estudio realizado por el neurólogo David Snowdon sobre la longevidad de un grupo de monjas. Todas habían ingresado en el convento en el en torno de los 20 años y habían vivido hasta el final de sus días con los mismos medios, en el mismo medio ambiente, con la misma dieta, las mismas rutinas e idéntico acceso a los medicamentos. Snowdon observó que las monjas que tenían un mayor nivel educativo al entrar en el convento –que el investigador juzgó por la calidad de la gramática, la ortografía y la complejidad de las frases que utilizaban en la biografía que todas escribían al ingresar en la comunidad– vivieron mejor, fueron más longevas y padecieron en menor medida alzheimer.
Una de las interpretaciones que se da a estos datos es que quienes tienen mejor formación se mantienen activos intelectualmente, renuevan sus neuronas y envejecen mejor. Pero también hay quien lo atribuye a un proceso de selección natural, de modo que no sería la educación la que cambiaría a las personas y las haría mássanas y longevas, sino que quienes nacen más inteligentes y más saludables acaban teniendo más y mejor educación. ¿El huevo o la gallina?
Sea cual sea su origen, lo que todos admiten es la relación evidente entre nivel educativo, nivel económico, mortalidad y salud de las personas. Para muchos investigadores, de ahí se deriva un vínculo directo entre educación y bienestar –físico y mental– que algunos traducen como “a mayor formación, mayor felicidad”. Hay quienes lo fundamentan en reacciones biológicas: cuando aprendes disfrutas, porque los circuitos del aprendizaje estimulan la producción de dopamina, un neurotransmisor que proporciona sensación de bienestar y que activa las neuronas, facilitando con ello una mejor salud mental. También hay quienes vinculan educación con felicidad asegurando que aprender siempre es un desafío, y que superar retos es un aliciente que atrae y absorbe al cerebro humano y produce satisfacción.
En sus investigaciones, la profesora Lleras-Muney asegura haber observado que las personas mejor formadas también tienen más capacidad de planificar el futuro y de posponer sus impulsos, así que acaban teniendo más relaciones sociales y más satisfactorias –“sus tasas de divorcio y de depresión son inferiores”, apunta–, lo que puede acabar aumentando su nivel de felicidad. “Si por tener más educación se entiende haber desarrollado más competencias, más habilidades y más estrategias para afrontar y resolver problemas, es seguro que ello se traduce a la larga en una mayor felicidad porque se pueden resolver más eficazmente las situaciones inesperadas, novedosas y las grandes dificultades que plantea la vida”, opina Gabriela Topa, profesora de Psicología Social y de las Organizaciones de la UNED. Pero advierte que no se trata de una relación directa –“estudiar no garantiza a nadie que vaya a ser feliz”–, sino indirecta: “Si tienes mejores capacidades y mayores recursos, podrás vivir mejor todas las facetas de la vida, incluidos los problemas, la enfermedad o la muerte”.
También Javier Salinas llama la atención sobre el hecho de que la correlación educación-felicidad no es automática y no siempre funciona. “La educación amplía el conjunto de bienes que puede disfrutar un individuo, así que a mayor nivel educativo, mayor capacidad para apreciar los bienes y actividades creativas y de estímulo y mayor nivel de bienestar; pero el nivel de educación ha crecido de forma continua desde la Segunda Guerra Mundial y no por ello los individuos perciben mayores niveles de bienestar subjetivo”, comenta. La explicación, a su juicio, es que un nivel educativo más alto puede proporcionar mayores oportunidades pero también puede aumentar las aspiraciones de la persona y ser una fuente de insatisfacción. “Si por tener una educación superior tienes más aspiraciones respecto a tu estatus, tu trabajo o tus relaciones y estas no se cumplen, te sentirás insatisfecho; por tanto, la felicidad que te pueda facilitar la educación dependerá mucho de las aspiraciones que te formes respecto al rendimiento que te va a proporcionar tu formación”, indica Salinas.
Desde el ámbito de la neurociencia, Manuel Martín Loeches explica que aunque la educación proporciona más salud, mayor bienestar y más herramientas racionales para ser felices, no es garantía de ello porque no revierte la tendencia natural, evolutiva, que tenemos los humanos a dar más valor a lo negativo que a lo positivo, un rasgo que durante milenios contribuyó a facilitar la supervivencia.
Petra M. Pérez Alonso-Geta, antropóloga y catedrática de Teoría de la Educación de la Universitat de València, asegura que lo propiamente humano, desde el punto de vista antropológico, es la aspiración inconcreta y universal de felicidad. “El ser humano quiere ser feliz, por encima de cualquier cosa, y cada uno piensa que le hará feliz una cosa pero, cuando la consigue, la da por amortizada y necesita otra forma de ser feliz, porque nada te da la felicidad para siempre sino momentos concretos de plenitud, ya que la felicidad es un bien individual que se puede conseguir en la medida que se adecúan los deseos a la realidad”, explica. Pone como ejemplo el convencimiento que expresan sus alumnos universitarios de que serán felices cuando terminen los estudios y encuentren un trabajo y luego, cuando lo logran, enseguida piensan que el trabajo debería ser de otra forma para ser realmente felices “porque nuestros deseos siempre van más allá de la realidad”. Pero aunque la felicidad dependa exclusivamente de cada cual, Pérez Alonso-Geta asegura que hay condicionantes que ayudan a conseguirla, como el bienestar físico o la educación. “La educación no tiene como finalidad la felicidad, pero te prepara para la vida y te ayuda a trascender lo más inmediato, a plantearte retos y construir el presente para alcanzar esas metas, y cuando se consiguen los retos consigues momentos de plenitud; la educación te enseña a saber que la felicidad es un propósito que no depende de otros, que es algo que sólo puedes vivir tú, y que te puedes plantear pasos para conseguirlo, y también te da más oportunidades de goce personal, estético e intelectual que contribuyen al bienestar y te procuran sentimientos positivos”, resume. 

Un bien posicional

Las investigaciones de Javier Salinas sobre la relación entre educación y bienestar evidencian que los beneficios de formarse no son iguales para todos: hay diferencias por razón de sexo y también de entorno social. “Mientras que la educación en sí tiene un efecto positivo sobre el bienestar de las mujeres y su satisfacción con la vida, muestra un carácter más instrumental para los hombres, que obtienen satisfacción de la educación a través de las mejoras de estatus ocupa­cional y profesional”, comenta el catedrático de Economía y Hacienda Pública de la Universidad Autónoma de Madrid.
Y añade que el grado de satisfacción que proporciona la educación también difiere en función del ámbito social donde uno vive. “La educación está fuerte y positivamente correlacionada con la felicidad en los países menos desarrollados, mientras que en los de mayor renta per cápita la relación es más débil o incluso negativa”, indica Salinas. Porque, como ocurre con la riqueza, la educación es un bien posicional, de modo que en países donde hay muy pocas personas con un nivel de educación superior quienes lo alcanzan disfrutan de una situación privilegiada respecto a los demás que repercute en su bienestar y satisfacción, mientras que en los países donde ya hay mucha gente con estudios medios y superiores la educación no privilegia tanto la posición. “Y en los países desarrollados tampoco es igual la satisfacción que proporciona la educación entre los individuos de rentas bajas que entre los de renta media o alta, donde hay más personas con estudios medios o superiores y ese logro no es tan diferencial ni tan valorado”, agrega.


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