miércoles, 3 de octubre de 2012

La gimnasia de la Felicidad


Cuando te sientes un poco deprimido, no hay nada peor que encontrarte con alguien que está feliz como una perdiz, casi eufórico, con ganas de abrazar al mundo entero. Ahí te quedas, sonriendo tristemente y sintiendo que has suspendido una prueba de voluntad.Maldición, piensas. ¿Qué me pasa? ¿Qué estoy haciendo mal?
La respuesta breve es: nada. No te pasa nada. De hecho, es probable que estés haciendo muchas cosas bien. Pero, quizás, sólo quizás, podrías ordenar tus cosas de manera que empieces a sentirte mejor con respecto a tu vida más frecuentemente.
Si hablas con expertos en felicidad de todo el mundo, como lo hicimos para este artículo, es probable que recibas los siguientes mensajes:
La mayoría de nosotros trata de ser feliz.
Merecemos ser felices.
Podemos aprender trucos, estrategias, maneras de ser — llámales como quieras— para experimentar más a menudo un sentimiento de alegría o felicidad.

Pero antes de hablar del “cómo”, tengamos una idea clara de lo que constituye la felicidad.

El espíritu de la felicidadPara alcanzar una medida de felicidad hay que tener claro lo que no es la felicidad. Muchos expertos de este campo convienen, por ejemplo, en que no es necesariamente obtener lo que se desea.
Alicia Fortinberry, autora de Creating Optimism y Raising an Optimistic Child (“Creando optimismo” y “Educando a un hijo optimista”), señala que nuestra sociedad valora el consumismo, la fama y el poder jerárquico por encima de los elementos de la verdadera felicidad, en especial las relaciones de apoyo mutuo, la conexión con la naturaleza y el sentido y propósito de la propia vida. “Estos valores distorsionados ejercen una tensión insoportable en la familia y el lugar de trabajo, lo que resulta en relaciones fracturadas e incluso abusivas”, dice. “El estrés y el trauma que esto produce afectan el cerebro y el sistema nervioso, nos alejan de nuestro estado natural de felicidad y con demasiada frecuencia producen trastornos de depresión y ansiedad”.
La doctora Sonja Lyubomirsky, profesora de psicología en la Universidad de California y autora de The How of Happiness (“El cómo de la felicidad”), confirma lo que ya sospechábamos desde hace tiempo: el dinero tampoco te hace feliz. “La investigación ha mostrado claramente que existe un proceso de ‘adaptación hedonista’, en el que las personas se acostumbran a los bonus cuantiosos, a las casas gigantescas y a los coches rápidos, y cuanto más obtienen, mayor es el estímulo que necesitan para lograr la misma sensación de satisfacción”.
Señala la autora que los humanos siguen “alzando la vara” y constantemente quieren más... y eso, dice, inevitablemente lleva a la decepción.
David Crosbie, presidente ejecutivo del Consejo de Salud Mental de Australia, cree que la gente necesita sentirse bien consigo misma para ser feliz. También necesita tener una sensación de pertenencia, saberse valorada e imprimir un sentido a su vida. “En cierta forma”, reflexiona, “la tristeza misma es parte importante de la realización; entonces tiene sentido decir que la tristeza es un ingrediente importante de la felicidad”.
Crosbie está sorprendido con los resultados del reciente estudio piloto Actúa, Pertenece, Comprométete, orientado a mejorar la salud mental en comunidades de Australia. La investigación reveló que comprometerse con la comunidad, mantenerse activo y aceptar retos tienen un impacto notable en la salud y la sensación de bienestar de las personas.
“Cuando las personas emprenden una actividad física, cuando trabajan voluntariamente para una buena causa o cuando forman parte de un grupo como un club social o de montaña, empiezan a sentirse mejor consigo mismas. Por eso animo a la gente a... tomarse las cosas con más calma, a darse tiempo para participar en algo y a dar un poco más de sí misma a aquellos que se cruzan en su camino”.
Tony Buzan, residente en Reino Unido, creador de Mapas Mentales y asesor de gobiernos, empresas e instituciones educativas en materia de habilidades del pensamiento, cree que la felicidad es un instinto tan vital para nuestra supervivencia como la respuesta de “lucha o huída” que tenemos cuando nos enfrentamos a un peligro. También sugiere que el grado de felicidad del ser humano está grabado en su sistema nervioso.
Si eres feliz, toda suerte de cosas ocurren en tu organismo, incluidos el cerebro y el sistema neurofisiológico”, explica. “Si estás contento, estás ‘abierto’ a las experiencias y las ideas; tus sentidos están más receptivos. Cuando eres feliz, aceptas más información y aprendes más”.
“Trata de aprender algo nuevo cuando estás estresado, y no podrás”, afirma. Pero cuando estás contento, lo emanas. Las personas quieren estar contigo, y te sientes más alegre, más realizado, más resuelto”.
El doctor Norman Doidge, psiquiatra, investigador y autor de The Brain That Changes Itself(“El cerebro que se transforma a sí mismo”), está de acuerdo en que, basándose en todo lo que los científicos han aprendido, un estado de felicidad es muy bueno para la salud del cerebro.
Sin embargo, no cree que los humanos evolucionaran para ser felices; evolucionaron para sobrevivir. “La felicidad es un resultado”, dice, y explica que es un producto de la suerte y de alcanzar metas bien elegidas, y muchas veces tenemos que sufrir en el proceso de lograrlas”.
“Si hacemos un escáner del cerebro de una persona generalmente ‘feliz’ a lo largo del tiempo, encontraremos señales de sufrimiento en algunas ocasiones, y señales de alegría o placer en otras”.
Dice Doidge que Sócrates arguía que la mayoría de las personas buscan la felicidad, pero que todas la buscan de distintas maneras. Algunas la conciben como placer, aunque la búsqueda del placer puede llevarlas a convertirse en esclavas de las pasiones, y por ende a la infelicidad; otras creen que tiene que ver con el honor y la posición; otras más creen que la felicidad equivale a la búsqueda del conocimiento y a “volver el alma lo más buena posible”.
“Como todos tenemos diferentes experiencias y buscamos versiones distintas de la felicidad de diversas maneras, estas diferentes experiencias crean distintas conexiones en nuestro cerebro de manera que surgen coaliciones varias de neuronas”, explica Doidge. “¿El resultado? Cada cerebro es único”.
Doidge dice que los científicos saben qué aspecto tiene un cerebro infeliz: hay nueve regiones del cerebro, por ejemplo, que suelen estar activas en presencia del dolor crónico.
De igual manera, los científicos también saben que ciertas regiones se encienden cuando la persona siente placer. Y las personas que van en busca de diferentes formas de felicidad —los hedonistas, los buscadores de estatus o la gente que desea alcanzar el bien supremo, por ejemplo— muestran diferentes regiones de actividad cerebral.
Así que, ¿puede una persona modificar su comportamiento para cambiar la estructura de su cerebro de manera que se convierta en un cerebro “más feliz”? La respuesta breve parece ser sí.
“Ciertamente he visto cerebros que cambian con el paso del tiempo”, apunta Doidge. Dice que las investigaciones han mostrado que cada individuo suele tener un “punto fijo” para la felicidad, y que ese punto fijo puede modificarse definitivamente.
Lyubomirsky está de acuerdo. “Cada uno de nosotros nace con un ‘nivel de felicidad’ fijo. Algunas personas están genéticamente programadas para ser más felices que otras, pero no obstante, una gran porción de nuestra felicidad del día a día está bajo nuestro control”, asegura. “”Se requiere simplemente un compromiso personal para nutrir nuestra vidaemocional”.
Lyubomirsky afirma que tener la meta de ser más felices puede manejarse de la misma manera en que manejamos una meta de pérdida de peso. “Algunos individuos nacen delgados y no engordan aunque coman más de la cuenta, y otros engordan con sólo mirar la comida. Así sucede con la felicidad”, explica.
“Cada uno de nosotros nace con una predisposición genética diferente, y todos tenemos circunstancias ambientales distintas, pero, de todas maneras... si vamos al “gimnasio de la felicidad” definitivamente podremos cambiar nuestra perspectiva. Pero como ocurre con todo, se necesita motivación, compromiso y mucha práctica”. (Lee el recuadro de la página anterior, en el que Lyubomirsky propone 12 ejercicios que cree que conducirán a una mayor satisfacción).
Lyubomirsky señala que algunas personas sufren depresión clínica y necesitan ayuda profesional. Otras no quieren ser felices, y eso está bien. Pero para la gran mayoría de nosotros, la felicidad es algo por lo que vale la pena luchar. Menciona investigaciones que indican que ciertos valores son decisivos para maximizar nuestro coeficiente de felicidad. Estos valores incluyen la fe religiosa, la caridad, la satisfacción en el trabajo, el optimismo y una sensación de libertad individual. Por el contrario, se dice que la secularización, una dependencia excesiva del Estado para que nos resuelva los problemas y una adicción a la seguridad promueven la infelicidad.
La psicóloga Fortinberry cree que, dado el ambiente adecuado, todo el mundo puede ser feliz. “Hay un gen que predispone a algunos a la depresión o al pesimismo. Pero éste es un gen “suave” que puede encenderse y apagarse de acuerdo con nuestras circunstancias, especialmente nuestras relaciones.
“El verdadero secreto de la felicidad”, asegura, “es que, al contrario de lo que nos dicen casi todos los libros de autoayuda, la felicidad no viene de dentro hacia fuera, sino de fuera hacia dentro”.
Felices o no, apunta Doidge, parece que no permanecemos contentos durante mucho tiempo antes de que nos asalte la inquietud y busquemos nuevos objetivos. “Es posible que todos anhelemos la felicidad perpetua como el mayor de los fines, pero no es nuestro objetivo más importante en el día a día”.
¿Entendéis esto? No habéis suspendido la “prueba de la felicidad” de la vida sólo porque no estéis alegres cada minuto de cada día.

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