Es una de las enfermedades más extendidas en el mundo, muy invalidante, y aun así, muchas veces mal diagnosticada y tratada sin éxito. Esto podría cambiar pronto, porque se van conociendo sus mecanismos cerebrales, lo que permite buscar nuevas terapias para atacarla. Aunque los especialistas reconocen que les faltan todavía claves de la dolencia, como su base genética
Yolanda, una auxiliar sanitaria de 38 años, llevaba dos años en que la depresión –que ha arrastrado gran parte de su vida– se había agravado mucho. Se encerró en sí misma, ya ni quería hablar con nadie. Dejó de trabajar porque debía coger bajas de manera continua; acabó tomando 20 píldoras al día y sometiéndose a sesiones de terapia electroconvulsiva (electroshock), que hicieron que seguir la trama de un libro le resultara imposible. No levantaba cabeza, cuenta.
Ahora se siente mucho mejor; hace deporte, va al cine, ha reanudado sus relaciones sociales. Dice que está contenta de haber podido reducir mucho su medicación, de no necesitar, por ejemplo, pastillas para dormir.
Su mejoría empezó hace dos años y medio, tras operarse en el hospital público de Sant Pau de Barcelona. ¿Operar la depresión? Sí. Es una terapia que se considera todavía un ensayo médico, pero supone una de las nuevas puertas que se abren para vencer esta compleja enfermedad.
La depresión es una vieja dolencia (se ha identificado en textos de la era antigua y en personajes de Shakespeare, hasta hace cien años con el nombre de melancolía…) y de las más prevalentes.
Se estima que hasta un 11% de los hombres y un 21% de las mujeres padecerán un episodio de depresión a lo largo de su vida. Puede sufrirse ya desde la infancia y se considera la enfermedad más invalidante entre los menores de 50 años. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Universidad de Harvard ha pronosticado que en el 2020 será la segunda causa de enfermedad, discapacidad y pérdida de vida productiva del mundo, después de la patología cardiovascular.
A veces se olvida que también es una enfermedad mortal, pues se cree que está detrás de muchos de los 850.000 suicidios declarados cada año en el mundo. Aun así, la depresión arrastra el estigma de las enfermedades mentales y es aún mal aceptada (por el paciente, por su entorno y por la sociedad).
Más de la mitad de los casos no se diagnostican o, a veces, está mal diagnosticada. Y, en un tercio de los casos tratados, la mejoría es reducida. “La dificultad para tratar la depresión es que no sabemos aún al 100% qué pasa en el cerebro. Probablemente hay muchos mecanismos y muchos genes implicados porque existen diferentes tipos de depresión. Hemos observado una disrupción en las áreas del cerebro que procesan el estrés; también en el mecanismo cerebral de las emociones…; hay distintas formas, y por eso es tan difícil tratarla bien”, explica Jon-Kar Zubieta, neurocientífico y profesor de la Universidad de Michigan(Estados Unidos), que cuenta con un centro de depresión donde se investiga y trata la dolencia.
“El término ‘depresión’ se usa con significados múltiples, lo que da lugar a un diagnóstico heterogéneo e inespecífico”, afirma Jerónimo Saiz, jefe de psiquiatría del hospital Ramón y Cajal de Madrid, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. “Lo común –dice– es hablar de depresión mayor, que no quiere decir más grave, sino la más usual. O de depresión bipolar, que alterna fases de euforia y apatía. Pero también se incorporan al diagnóstico trastornos adaptativos (la reacción a la pérdida de la pareja o de un hijo, a dificultades económicas...) y, muchas veces, los síntomas de la depresión se solapan con los de la ansiedad, mientras que otras veces quedan enmascarados por dolores físicos, mareos…”. Y esto, sin citar las ocasiones en que se habla de depresión cuando se trata sólo de un malestar puntual por desánimo, cansancio, problemas en las relaciones personales, insatisfacción laboral...
Para un diagnóstico de depresión deben darse una serie de síntomas (entre cinco y nueve, según la OMS) como tristeza, apatía, problemas de sueño, de concentración, sentimiento de no valer nada, ideas de suicidio, que el enfermo se sienta culpable por su malestar... Estos síntomas se deben padecer de forma continuada un tiempo. Lo que ocurre es que los especialistas discrepan sobre cuánto tiempo, otro factor que incide en la variabilidad de diagnósticos. La depresión –se dice que Winston Churchill la llamaba su “perro negro”– comporta un enorme sufrimiento para el afectado, le incapacita para su vida cotidiana.
“Estudios rigurosos han mostrado que hay un elevado número de casos (se cree que más de la mitad) no diagnosticados –reconoce Saiz–. A la vez, se considera una patología sobrediagnosticada. Dificulta un diagnóstico ajustado el que no haya biomarcadores claros. Sabemos que si analizamos con resonancia magnética a cien personas con depresión, en la mayoría detectaremos una mayor segregación de cortisol (hormona relacionada con el estrés), pero también hay afectados de depresión en quienes el nivel no es significativo, así que no se puede generalizar como test. Nos basamos en los síntomas”. Así que depende de cómo se sienta cada paciente y cómo lo valore su médico.
“Cuando contemplo mis 40 años de carrera, los comparo con los de colegas de otras disciplinas y veo los avances en las patologías que tratan, es frustrante, pero hay que asumir que cuidamos de una de las partes más sensibles del ser humano: su antropología, sus emociones”, reflexiona Saiz.
El psiquiatra subraya que en genética, por ejemplo, la depresión “está prácticamente aún por explorar”. Pero ya se han empezado a identificar genes que estarían relacionados con ella. También progresan los estudios biomoleculares. La situación actual está seguramente a un paso de cambiar. Los avances en el conocimiento del cerebro, gracias a las tecnologías de imagen (resonancias magnéticas funcionales, tomologías PET), están descifrando los mecanismos de la depresión y permiten nuevas formas de abordaje. “Mediante estas técnicas de neuroimagen podemos estudiar los sistemas cerebrales alterados”, apunta Zubieta, un bilbaíno afincado en EE.UU. desde 1986. En su centro analizan los circuitos cerebrales del estrés, la motivación, la recompensa, la reacción a los placebos... en personas con depresión.
“El objetivo –señala Zubieta– es conseguir tratamientos más personalizados. En el futuro, se podrán diagnosticar los diferentes tipos de depresión según el perfil genético de cada paciente, según sus marcadores bioquímicos, y se podrá crear fármacos específicos”.
Ahora se siente mucho mejor; hace deporte, va al cine, ha reanudado sus relaciones sociales. Dice que está contenta de haber podido reducir mucho su medicación, de no necesitar, por ejemplo, pastillas para dormir.
Su mejoría empezó hace dos años y medio, tras operarse en el hospital público de Sant Pau de Barcelona. ¿Operar la depresión? Sí. Es una terapia que se considera todavía un ensayo médico, pero supone una de las nuevas puertas que se abren para vencer esta compleja enfermedad.
La depresión es una vieja dolencia (se ha identificado en textos de la era antigua y en personajes de Shakespeare, hasta hace cien años con el nombre de melancolía…) y de las más prevalentes.
Se estima que hasta un 11% de los hombres y un 21% de las mujeres padecerán un episodio de depresión a lo largo de su vida. Puede sufrirse ya desde la infancia y se considera la enfermedad más invalidante entre los menores de 50 años. Un estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Universidad de Harvard ha pronosticado que en el 2020 será la segunda causa de enfermedad, discapacidad y pérdida de vida productiva del mundo, después de la patología cardiovascular.
A veces se olvida que también es una enfermedad mortal, pues se cree que está detrás de muchos de los 850.000 suicidios declarados cada año en el mundo. Aun así, la depresión arrastra el estigma de las enfermedades mentales y es aún mal aceptada (por el paciente, por su entorno y por la sociedad).
Más de la mitad de los casos no se diagnostican o, a veces, está mal diagnosticada. Y, en un tercio de los casos tratados, la mejoría es reducida. “La dificultad para tratar la depresión es que no sabemos aún al 100% qué pasa en el cerebro. Probablemente hay muchos mecanismos y muchos genes implicados porque existen diferentes tipos de depresión. Hemos observado una disrupción en las áreas del cerebro que procesan el estrés; también en el mecanismo cerebral de las emociones…; hay distintas formas, y por eso es tan difícil tratarla bien”, explica Jon-Kar Zubieta, neurocientífico y profesor de la Universidad de Michigan(Estados Unidos), que cuenta con un centro de depresión donde se investiga y trata la dolencia.
“El término ‘depresión’ se usa con significados múltiples, lo que da lugar a un diagnóstico heterogéneo e inespecífico”, afirma Jerónimo Saiz, jefe de psiquiatría del hospital Ramón y Cajal de Madrid, catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares y presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. “Lo común –dice– es hablar de depresión mayor, que no quiere decir más grave, sino la más usual. O de depresión bipolar, que alterna fases de euforia y apatía. Pero también se incorporan al diagnóstico trastornos adaptativos (la reacción a la pérdida de la pareja o de un hijo, a dificultades económicas...) y, muchas veces, los síntomas de la depresión se solapan con los de la ansiedad, mientras que otras veces quedan enmascarados por dolores físicos, mareos…”. Y esto, sin citar las ocasiones en que se habla de depresión cuando se trata sólo de un malestar puntual por desánimo, cansancio, problemas en las relaciones personales, insatisfacción laboral...
Para un diagnóstico de depresión deben darse una serie de síntomas (entre cinco y nueve, según la OMS) como tristeza, apatía, problemas de sueño, de concentración, sentimiento de no valer nada, ideas de suicidio, que el enfermo se sienta culpable por su malestar... Estos síntomas se deben padecer de forma continuada un tiempo. Lo que ocurre es que los especialistas discrepan sobre cuánto tiempo, otro factor que incide en la variabilidad de diagnósticos. La depresión –se dice que Winston Churchill la llamaba su “perro negro”– comporta un enorme sufrimiento para el afectado, le incapacita para su vida cotidiana.
“Estudios rigurosos han mostrado que hay un elevado número de casos (se cree que más de la mitad) no diagnosticados –reconoce Saiz–. A la vez, se considera una patología sobrediagnosticada. Dificulta un diagnóstico ajustado el que no haya biomarcadores claros. Sabemos que si analizamos con resonancia magnética a cien personas con depresión, en la mayoría detectaremos una mayor segregación de cortisol (hormona relacionada con el estrés), pero también hay afectados de depresión en quienes el nivel no es significativo, así que no se puede generalizar como test. Nos basamos en los síntomas”. Así que depende de cómo se sienta cada paciente y cómo lo valore su médico.
“Cuando contemplo mis 40 años de carrera, los comparo con los de colegas de otras disciplinas y veo los avances en las patologías que tratan, es frustrante, pero hay que asumir que cuidamos de una de las partes más sensibles del ser humano: su antropología, sus emociones”, reflexiona Saiz.
El psiquiatra subraya que en genética, por ejemplo, la depresión “está prácticamente aún por explorar”. Pero ya se han empezado a identificar genes que estarían relacionados con ella. También progresan los estudios biomoleculares. La situación actual está seguramente a un paso de cambiar. Los avances en el conocimiento del cerebro, gracias a las tecnologías de imagen (resonancias magnéticas funcionales, tomologías PET), están descifrando los mecanismos de la depresión y permiten nuevas formas de abordaje. “Mediante estas técnicas de neuroimagen podemos estudiar los sistemas cerebrales alterados”, apunta Zubieta, un bilbaíno afincado en EE.UU. desde 1986. En su centro analizan los circuitos cerebrales del estrés, la motivación, la recompensa, la reacción a los placebos... en personas con depresión.
“El objetivo –señala Zubieta– es conseguir tratamientos más personalizados. En el futuro, se podrán diagnosticar los diferentes tipos de depresión según el perfil genético de cada paciente, según sus marcadores bioquímicos, y se podrá crear fármacos específicos”.
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