domingo, 3 de enero de 2016

Actuar desde el Corazón La MISERI Cordia

Enseñar al que no sabe
Corregir al que Yerra
Escuchar al que lo necesita
Hacer el Bien
Consolar al triste
Derdona al que Yerra
Preven la desgracia

Se debe enseñar el bien y lo bueno a quien no lo sabe, porque la Sagrada Escritura promete que quien enseñe la justicia a las gentes, brillará como las estrellas del cielo.
En cambio hay que cuidarse de enseñar el mal, porque esta no sería una obra de misericordia sino de maldad. Y esto hoy se hace especialmente con los niños y con los jóvenes, que ya desde la más tierna infancia se les enseña el camino del pecado, en las mismas escuelas y jardines de infantes adonde asisten. ¿Qué castigo les está reservado a los que escandalizan a los pequeños y a los jóvenes? No es expresable en términos humanos.
Entonces debemos enseñar el bien a todos, sin humillar y con humildad, porque lo que hemos recibido de capacidad intelectual o los conocimientos que hemos adquirido por voluntad de Dios no son nuestros sino que Dios nos los ha confiado para que los usemos para el bien de todos.
Incluso no hace falta enseñar religión o las cosas de fe para cumplir con esta obra de misericordia, sino que todo el que enseña con espíritu de caridad al hermano que está en la ignorancia, cumple con esta obra tan necesaria de instrucción.
Y recordemos que nadie ama lo que no conoce, por eso si enseñamos la doctrina católica, haremos que muchos la amen y amen a Dios sobre todas las cosas. Así que enseñar el catecismo es obra de misericordia excelente, tal vez la mejor.
 1. Aconsejar a los desorientados
Jesús nos dice: “si un ciego guía a otro los dos caerán en un pozo” (Mt. 15:14). Hay muchos desorientados cerca nuestro. Pero difícilmente podríamos mostrarles el camino, si no hay luz dentro nuestro. El consejo que corresponde dar no es sólo la palabra. Es el testimonio de una vida limpia y entregada. Es la luz de vivir en la verdad, con todo lo que eso cuesta. Y también con la palabra. Hay verbos que indican esto: aclarar (=hacer claro); iluminar (=dar luz). Aclaremos e iluminemos cuando es preciso, para que el prójimo pueda adquirir libertad espiritual.
2. Instruir a los ignorantes
Jesús nos dice: “el que cumpla y enseñe los mandamientos será grande en el Reino de los cielos” (Mt. 5:19). La ignorancia verdadera es un atenuante moral. Pero, tristemente, hay algunos que desean mantenerse en la ignorancia para no asumir sus compromisos. Es una ignorancia “afectada”. Y es preciso instruirlos. La Iglesia manda que los pastores dediquen sus mejores esfuerzos a instruir a los fieles. Los demás cristianos colaboran en esta tarea misericordiosa. ¿Quién conoce el Evangelio y vive de Jesús perfectamente?. Los santos nos dieron ejemplo, ansiando salir de su ignorancia. Aprendamos de la Beata Faustina que siendo casi analfabeta escribió cosas sublimes sobre la unión mística con Dios.
3. Corregir a los que se equivocan
Ha sido normal de la vida en la Iglesia que los errores deben corregirse apenas detectados. Eso proviene de la norma evangélica (Mt. 18:15) que si un hermano peca hay que corregirlo inmediatamente. Incluso S. Pablo explica cómo debe hacerse la corrección: “corregir con espíritu de mansedumbre el que corrige como sujeto pecador también y con la realidad de la tentación a la puerta (Gal. 61).
La corrección debe ser fruto del Espíritu Santo, por consiguiente, humilde. Pero no se debe dejar pasar por alto, lo exige una misericordia bien comprendida.
4. Consolar a los afligidos
Jesús dice: “Felices los afligidos porque Dios los consolará” (Mt. 5:5). Hay consuelo de Dios, que El hace por medio del Espíritu Santo directamente en nuestro corazón. Pero, además, Dios se vale de nosotros para consolar a los demás. No se trata de decir a la gente: no llores, sino de buscar las palabras de la Escritura que mejor sirven para cada situación. Lo mejor es acostumbrase a rezar, meditar y repetir los salmos en ellos encontramos el mejor consuelo para dar.
5. Sostener de buen grado a los que están a nuestro cargo
S. Pablo decía a los cristianos de Efeso con mucha humildad mansedumbre y paciencia, sopórtense mutuamente por amor (Ef 4:2). A veces nos cuesta comprender que las dificultades de la ancianidad o la enfermedad deterioran a los seres queridos y que ya no reaccionan como quisiéramos. La relación se hace difícil. Es un momento de elevar nuestra vida de unión a Dios, pues sin la Gracia del Espíritu Santo no podremos ser misericordiosos con los que nos necesitan.
6. Perdonar las injurias
Esta obra de misericordia es la más costosa. Tanto que Pedro preguntó a Jesús cuantas veces debería perdonar al que lo ofendiese. La respuesta de Jesús “setenta veces siete” (Mt. 18:21-22) significa sencillamente “siempre”. Lo que Jesús pide parece un imposible: “Yo les digo: amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (Mt. 5:44). Poco a poco el Espíritu Santo nos permitirá ir realizando este ideal de santidad, como lo hizo en la Beata Faustina.
7. Rogar a Dios por todos los vivos y difuntos
Esta obra trata de un aspecto de la vida del cristiano que solemos descuidar: la oración de intercesión. Intercesión viene del verbo “interceder” y quiere decir que pedimos nosotros lo que otros no se atreven o no merecen. Es un acto de caridad especial que va constituyendo el tejido íntimo de la Iglesia. S. Pablo decía a una comunidad: “oramos y pedimos sin cesar por ustedes” (Col. 1:3-9; Hech 8:15). Conviene acostumbrarse a orar incesantemente por nuestros parientes más cercanos, y no sólo por los vivos, sino también por los difuntos. La Beata Faustina intercedía constantemente por los pecadores, los moribundos y las almas del purgatorio.

Deseo transformarme en tu misericordia y ser un vivo reflejo de Ti, oh Señor. Que este más grande atributo de Dios, es decir su insondable misericordia, pase a través de mi corazón y mi alma al prójimo.
 
Ayúdame Señor, a que mis ojos sean misericordiosos para que yo jamás sospeche o juzgue según las apariencias, sino que busque lo bello en el alma de mi prójimo y acuda a ayudarle. 
Ayúdame Señor, a que mis oídos sean misericordiosos para que tome en cuenta las necesidades de mi prójimo y no sea indiferente a sus penas y gemidos. 
 
Ayúdame Señor, a que mi lengua sea misericordiosa para que jamás critique a mi prójimo sino que tenga una palabra de consuelo y de perdón para todos. 
 
Ayúdame Señor, a que mis manos  sean misericordiosas y llenas de buenas obras para que sepa hacer sólo el bien a mi prójimo y cargar sobre mí las tareas más difíciles y penosas. 
 
Ayúdame Señor, a que mis pies sean misericordiosos para que siempre me apresure a socorrer a mi prójimo, dominando mi propia fatiga y mi cansancio. Mi reposo verdadero está en el servicio a mi prójimo.  
 
Ayúdame Señor, a que mi corazón sea misericordioso para que yo sienta todos los sufrimientos de mi prójimo. A nadie le rehusaré mi corazón. Seré sincera incluso con aquellos de los cuales sé que abusarán de mi bondad. Y yo misma me encerraré en el misericordiosísimo Corazón de Jesús. Soportaré mis propios sufrimientos en silencio. Que tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí.
Jesús mío, transfórmame en Ti porque tú lo puedes todo. Amén




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