La directora del LASE (Laboratorio de Aprendizaje Social y Emocional) vuelve ahora con El mundo en tus manos. No es magia, es inteligencia social(Destino) en el que descubre las claves de nuestras relaciones con los demás y echa una mano al lector para evitar la “epidemia de soledad” que acecha al hombre contemporáneo o para resolver los conflictos que nos enfrentan a los demás. Como Punset explica a El Confidencial, en una época en la que el acceso a la información es mayor que nunca, al igual que la conciencia sobre la importancia de la salud mental, ya no hay excusa para no cuidar nuestra mente como haríamos con nuestro cuerpo.
RESPUESTA. Lo que nos ha preocupado durante siglos ha sido la supervivencia física de las personas, y el siglo XX ha sido extraordinario en ese sentido. Hemos logrado vivir muchísimos más años, mejorar algo la calidad de vida, erradicar muchas enfermedades… La gran abandonada ha sido la salud mental de las personas, que es lo que alerta ahora a todos los grandes organismos de salud. Hasta ahora se pensaba que lo físico y lo mental estaban completamente separados, y hemos visto el impacto de la mente sobre el cuerpo.
P. Hay una paradoja curiosa: todos estamos de acuerdo con que debemos cambiar nuestras costumbres, pero casi ninguno lo conseguimos. ¿Por qué?
R. Es una cuestión de tiempo, y no demasiado. Estamos viendo que cada vez hay más enfermedades mentales que tienen un impacto sobre la vida física de las personas, con una repercusión económica y social fortísima. Por una parte sabemos que esto es así, pero no lo hemos integrado a nuestra vida, hay una gran diferencia entre cómo vivimos y cómo pensamos.
hacer en los sistemas educativos que no serían caras, como redistribuir fondos.
Además, las medidas de salud mental son preventivas. Y eso, políticamente, no es rentable. En ese sentido estamos en manos de personas que toman decisiones que no coinciden con los intereses de la gente. Es una de las cosas que reivindico en el libro, que las personas empiecen a reclamar las decisiones que necesitan. Hay muchas cosas que podríamos
P. Habla del beneficio económico: hasta hace relativamente poco se pensaba que el dinero daba la felicidad y, por lo tanto, si una sociedad marchaba bien en términos económicos, sus habitantes iban a ser felices.
R. ¿No es tremendo? Estábamos en modo supervivencia hasta hace muy poco, la vida era dura y el mundo peligroso. Durante un tiempo, hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando mejorabas la higiene, las condiciones de vida, el acceso a la sanidad, veías que la satisfacción con la vida crecía. Llegado a un cierto punto, el impacto ya no es el mismo. Hay un techo a partir del cual ya no se es más feliz. A partir de ahí las personas necesitan otras cosas.
P. La gran dificultad, dirá la mayoría, es poner en práctica estos cambios.
R. El cambio es más fácil de lo que las personas creen. Hay algo que se llama la paradoja de la plasticidad cerebral. Es importante que la gente entienda cómo funciona su cerebro. Hay personas que se dejan llevar por la rutina, por lo que han hecho siempre, por lo que han aprendido de sus padres y que no cuestionan. No puedes transformar nada que no comprendas, y en el libro he intentado poner en circulación ideas que nos ayuden a entendernos.
El cerebro es como tu cuerpo. Si tú no entrenas tu cerebro, este se acostumbra a hacer siempre lo mismo. El siglo pasado empezamos a aprender a cuidar de nuestro cuerpo. En los años 50, la gente no hacía ejercicio físico, sólo los deportistas y cuatro estrafalarios. Entonces empezaron a salir los primeros estudios que decían que si se trabajaba el cuerpo, se iba a tener mejor salud física. Eso también afecta a la mente, aunque aún no se sabía.
La gente empezó a cuidar su cuerpo, a practicar ejercicio y a comer mejor. Es donde estamos ahora con la mente. Si siempre haces lo mismo, piensas lo mismo y hablas con las mismas personas, nada va a cambiar. Pruébalo, es como el ejercicio físico. A lo mejor no lo notas el primer día, pero lo vas a notar en poco tiempo. Tienes que hacer ese pequeño esfuerzo.
P. Aunque cada vez estamos más interconectados con todo el mundo, usted señala en el libro que cada vez nos sentimos más solos.
R. Ocurre en todos los países occidentales, cada vez vivimos más solos. Ello genera determinados retos: la gente que vive sola necesita relacionarse con los demás, lo que define qué clase de ciudades y entornos creamos. La gente cada vez tiene menos amigos íntimos y se siente más sola. Se pensó que las redes sociales serían la respuesta, pero no están ayudando tanto como creíamos. La gente muy sociable en su vida diaria sigue siéndolo en las redes sociales y la gente retraída también. Tú te trasladas a la red social, pero no te sirve para solucionar un problema de timidez o de soledad.
Es importante que la gente sepa algo. Fisiológicamente estamos creados para contagiarnos emocionalmente. Si yo te miro y te digo una barbaridad, yo reacciono. Y al reaccionar tú te contagias, y eso te para. En las redes sociales, la empatía no logra dispararse. Deberíamos acostumbrar a las personas a que entendiesen que cuando tú agredes o insultas a alguien por la red estás haciendo el mismo daño que si lo hicieses cara a cara, pero a ti no te afecta, no te das cuenta de lo que haces.
Alain de Botton, antes, la religión proporcionaba una educación moral, así como determinadas rutinas y gestos que eran cómodos y reconfortantes. Sin embargo, ¿ha desaparecido la religión o ha sido sustituida por otra cosa?
P. Como señala citando a
R. Todas las decisiones morales estaban en manos de la religión. Esto tenía una ventaja, y es que proporcionaba una serie de normas de convivencia social. De repente, en muy poco tiempo, se vienen abajo las estructuras religiosas. De repente perdemos referencias y no sabemos muy bien dónde nos vamos. Hay que rescatar la visión moral del ser humano, no por buenismo, sino por justicia. Si vivimos en un mundo injusto vamos a enfermar, vamos a estar peor, lo que tiene un impacto tremendo sobre la gente. No tenemos más remedio que encontrar unos mínimos que nos permitan recuperar la estructura moral de lo que es aceptable y de lo que no lo es.
P. Hace apenas unas décadas, el éxito (laboral, económico) lo justificaba todo, una situación que parece haber cambiado.
R. Claramente, en los 80, 90, hasta principios de siglo, la gente pensaba así. El dinero lo justificaba todo, si tenías suficiente dinero nadie dudaba de que tu felicidad iba a ir creciendo y que tú ibas a estar bien, así que todo el mundo decía “vamos a crecer a lo bestia”, por lo menos la especie humana, aunque no fuese sostenible para las demás. Y sin embargo, se ha visto que no es así. Es una de las preguntas de este principio de siglo, cómo puede ser que la gente viva cada vez mejor y, sin embargo, la depresión esté llegando a franjas de edad donde antes no había penetrado, como la adolescencia.
P. ¿Por qué se ha producido este cambio de paradigma? ¿Es otra consecuencia de la crisis?
R. Las crisis son momentos en los que la gente para y se replantea las cosas, pero creo que más bien hemos llegado a unmomento en el que la gente está muy poco satisfecha, se siente mal y no sabe por qué. Nos hemos dado cuenta de que no es suficiente con lo que nos ofrecían ofreciendo y encontramos pocas respuestas de aquellos que deben tomar las decisiones, los ciudadanos cada vez reclaman más lo que necesitan. Es un proceso sano, pero duro para mucha gente que no se siente escuchada, porque no son cambios fáciles.
P. Usted que viaja por todo el mundo, ¿cuáles son los condicionantes externos más peligrosos y que más daño nos hacen?
R. La gente no se conoce bien. Lo que siempre me sorprende es hasta qué punto nos cuesta poner nombre a lo que nos pasa. Ayudar a las personas a que comprendan lo que les pasa es una obsesión. Yo no siempre lo sé, y como todo el mundo, he tenido que aprender desde cero. Siempre pienso que si a los 20 años hubiese sabido lo que sé ahora habría ahorrado mucho tiempo sufriendo tontamente. Se ha visto que cuando tu cerebro es capaz de poner nombre a una emoción –algo que cuesta mucho, porque hay una falta de alfabetización emocional entre las personas–, calmas el cerebro. Es una lucha entre la parte racional y la emocional del cerebro. El primer paso es entender lo que nos pasa.
P. ¿Son las emociones un tabú, como en el caso de los hombres, a los que aún no se les permite reconocer, por ejemplo, que están tristes?
R. Las estrategias que utilizan hombres y mujeres cuando se sienten mal son diferentes. Los hombres suelen ser escapistas, mirar a otro lado, no pensar en ello. El cerebro es el órgano de las emociones, pero es algo que se sabe desde hace poco. La neurociencia está transformando la psicología, la sociología, pero sólo hace 10 años que lo estamos utilizando de verdad. Antes veíamos las emociones como cosas peligrosas, que nos podían enfermar, no sabíamos muy bien qué utilidad tenían. Ahora se sabe que detrás de cadapensamiento hay una emoción.
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