sábado, 25 de agosto de 2012

Todos nacemos sin saber nada

–Aunque hay una cierta transmisión genética de nuestras cogniciones –la forma en que percibimos la realidad– y una biología que genera la adrenalina, las endorfinas, etcétera, la influencia más importante sobre nuestra forma de pensar es la del aprendizaje que hemos recibido. Muchísimas ideas se transmiten de generación en generación sin ser cuestionadas. De todas ellas, la más persistente es la de que nuestra personalidad no puede cambiar, que “somos como somos”. Pero hay estudios que demuestran que el cerebro cambia cada día en función de lo que hacemos. Y los tratamientos psicológicos modifican el cerebro. La biología no determina el comportamiento; es al revés, el comportamiento puede modificar la biología. Tuve un paciente aquí sentado, de 40 años, que afirmaba convencido: “soy tímido”. Yo le pregunté que cómo lo sabía, y me contestó: “me lo dijo mi padre cuando era pequeño”. ¡Así que su padre le “diagnosticó” timidez y él se ha pasado cuarenta años corroborándolo! No es así, tenemos una capacidad de cambio muy amplia. 
El aprendizaje de la felicidad es largo.
Vamos a necesitar de mucha perseverancia para controlar como nos comportamos.
Para aprender a tener delicadeza y paciencia en el trato de la gente que nos rodea.
Por lo que se ve a las personas nos cuesta mucho mejorar y aprender lo que necesitamos para ser verdaderos creadores de felicidad.

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