sábado, 25 de agosto de 2012

Reflexiones sobre la sexualidad femenina


Reflexiones sobre la sexualidad femenina
Juan Carlos Romi
Introducción
Después de muchos años de realizar terapias a parejas que consultan por disfunciones sexuales hemos observado una mayor cantidad de dificultades para dar soluciones a los problemas femeninos que a los masculinos.
El varón en general consulta, solo o en pareja, por algún déficit en su rendimiento coital, mientras que la insatisfacción sexual femenina se centra habitualmente en la interacción vincular y sus reclamos hacia los varones suelen ser mayores que los de estos hacia aquellas.
Tomando en cuenta estas observaciones se ha intentado reflexionar sobre la problemática de la sexualidad femenina atendiendo a las características de los reclamos que plantean las mujeres y las dificultades que presentan los varones para su integración vincular de pareja.
Los seres humanos, independientemente de sus características personales, su cultura o religión, están marcados por su sexualidad, incluso aquellos que la niegan o dicen no practicarla o se muestran indiferentes o ajenos a ella. Surge, entonces, la necesidad de tener que dar soluciones a la problemática que presentan, como un desafío singular para los terapeutas sexuales.
Sabemos, al comenzar este tercer milenio, que tanto varones como mujeres siguen presentando dificultades para disfrutar de la sexualidad y que en el mundo abundan las investigaciones que plantean estas dificultades.
Durante el siglo pasado prestigiosos científicos se abocaron a la investigación de la sexualidad humana. Entre otros, por ser los más renombrados, Freud en Europa, Kinsey y posteriormente Masters y Johnson en USA escudriñaron hasta lo más profundo las raíces de la sexualidad poniendo como centro de atención la sexualidad del varón y por añadidura su extensión a la de la mujer.
La llamada revolución sexual de la década del sesenta, el empuje feminista, la píldora anticonceptiva y últimamente la creación de la droga para la erección infalible, entre otros sucesos, abrieron las compuertas a la expresión más abierta de la comunicación sexual entre las personas.
No obstante ello, poco se ha estudiado sobre la sexualidad de la mujer con un sentido humanístico independiente del referente básico de la sexualidad del varón.
Esto, pensamos, ha determinado que las llamadas terapias sexuales, que han sido una verdadera revolución en la clínica sexológica, han visto recortadas sus posibilidades de éxito en muchísimos casos.
La desconocida sexualidad femenina
Para una inmensa cantidad de varones un misterio envuelve la sexualidad femenina, pero lo que es más grave es observar lo poco que saben algunas mujeres sobre su propia sexualidad.
Desde el mismo instante biológico del nacimiento, el sexo del varón quedará a la vista para siempre, en cambio, el sexo de la mujer permanecerá escondido y en silencio, no sólo para los demás, sino hasta para ella misma.
Así, el niño sólo se tiene que mirar para observar su sexo culturalmente explícito mientras que las niñas se tienen que explorar profundamente, a escondidas, para descubrirlo curioseando “indebidamente” su intimidad.
De manera que, para la mujer, indagar en su propia intimidad no es tarea fácil y menos en culturas sexofóbicas. La complejidad de dicha exploración hace que la historia de muchas mujeres se convierta en un cúmulo de sentimientos encontrados, suma de temores, dudas, vergüenzas, pudores que condicionaran su conducta sexual consecutiva.
Para los varones, la exhibición explícita de sus genitales conlleva también grandes dificultades y suele ser la fuente de tremendas angustias al tener que lucirlos y compararlos en tamaños y formas con sus pares, sobre todo en la adolescencia. Por eso el varón jamás podrá ocultar lo que está sintiendo ni lo que le está ocurriendo con su sexo. Por lo tanto, ni sus genitales ni sus orgasmos podrán pasar desapercibidos.
La mujer, en cambio, con su sexo inescrutable, ni sus genitales ni sus placeres serán ostensibles. Mientras el varón se siente exigido por la evidencia de su sexualidad, la mujer se ve atrapada por el secreto que encierra su propio cuerpo.
La actividad y el placer en el varón se circunscribe en un gran porcentaje a los genitales (pene) y como es habitual en los seres humanos atribuir igualdades más que diferencias, se imaginó que la oculta sexualidad femenina como esencia era similar a la masculina. Por lo tanto, en la utilización de los genitales (en este caso la vagina) es decir, se cometió el error de asimilar las necesidades femeninas a las masculinas.
Siguiendo el modelo masculino, la vagina era considerada como la contraparte del pene, aquel espacio que éste requiere para cumplir con la penetración y satisfacer su placer sexual.
Como el goce femenino no es necesario para la reproducción, no ha despertado culturalmente mayores atenciones, ya que no existe una poderosa razón social para descubrir sus misterios. Es más, para algunas sociedades, el placer de la mujer ha sido visto como una tentación al adulterio y por ende, como un peligro para la integridad familiar, la propiedad y la herencia. Así observamos en el siglo XXI, que pueblos africanos de Indonesia y Malasia aún practican la ablación del clítoris.
Aunque cueste aceptarlo, la sexualidad femenina se sigue rigiendo por el modelo masculino, hecho que ha determinado que muchas mujeres se sienten culpables y defectuosas al no poder lograr el rendimiento esperado de acuerdo a dicho modelo.
También se observa que no existe un lenguaje apropiado para hablar de la sexualidad femenina. Inevitablemente hay que optar entre el lenguaje científico y el lenguaje soez. La visibilidad de los genitales masculinos ha llevado a la sociedad a inventar un lenguaje cariñoso. Es usual referirse coloquialmente al pene como el “pirulín”, “pitito”, etcétera y una interminable lista de apelativos que dan cuenta de su potencia.
Los varones tienen claro lo que se espera de ellos: virilidad, es decir, una vida sexual activa, una erección impecable y un pene grande (aunque sea innecesario). Mientras tanto, la vagina permanece en el más absoluto anonimato o se la nombra con nombres genéricos, en un paquete general pelviano y nebuloso que refuerzan la confusión.
El sexo femenino no sólo no se ve, tampoco se nombra y lo que no se nombra no existe. No sólo faltan palabras para nombrar los genitales femeninos sino, lo que es aún más grave, faltan palabras para expresar el sentir y las emociones en torno al placer sexual.
Durante siglos sólo tenía importancia saber como funcionaba la sexualidad masculina, la de la mujer estaba satanizada, era sinónimo de pecado, prostitución o brujería.
Freud, que revolucionó el siglo XX, estableció la trascendencia de la sexualidad en el psiquismo humano, pero no pudo escapar a las teorías de su época y sostuvo que las mujeres “sexualmente inmaduras” necesitaban estimulación clitorídea, mientras que aquellas que alcanzaban una madurez sexual tenían orgasmo vaginal. Ante el temor a la descalificación, las mujeres acataron esas teorías y consintieron en perpetuar el esquema masculino.
La eclosión feminista de la década del 60 sostuvo que los rótulos de mujeres inmaduras y defectuosas con referencia a su placer sexual era absolutamente desmedida y proclamaron la igualdad de los sexos sosteniendo que ni la biología ni la psicología definen el destino de la mujer.
El informe Kinsey (1953) y más tarde el informe Hite (1976) marcaron todo un hito ya que empezaron a explorar en lo que las mujeres pensaban y anhelaban.
Williams Masters, recientemente fallecido, y Virginia Johnson con sus famosos estudios de laboratorio, en la década del sesenta, derribaron el mito de la distinción entre orgasmo vaginal y orgasmo clitorideano. Describieron el ciclo de la respuesta sexual humana (la clásica tetrada: excitación, meseta, orgasmo y resolución) como un conjunto de actividades que conforman la relación coital y que están destinadas a preparar el cuerpo para la penetración pene-vagina siguiendo el modelo masculino, por lo que adquirieron un carácter normativo y estricto.
En la década del setenta Helen Singer Kaplan, también fallecida hace pocos años, si bien psicodinamizó la conductista respuesta sexual de Masters y Johnson planteando su famosa tríada: deseo-excitación-orgasmo, no alcanzó para salir del esquema referencial masculino.
De manera tal, que las diferencias innegables entre varones y mujeres tuvieron que entenderse y ajustarse a dicho modelo masculino, y cualquier salida fuera de este marco comenzó a ser analizada como un trastorno en una de las fases descriptas.
Gracias a este esquema, los sexólogos en las últimas décadas del siglo XX diagnosticamos con precisión donde radicaba el trastorno y luego así prescribir el tratamiento adecuado. La evolución de las terapias sexuales y la evaluación de los resultados demostró que estos criterios de adecuación siguiendo las pautas de la sexualidad masculina podían fracasar al considerar sólo tangencialmente las características femeninas.
Así, las terapias sexuales se centraron básicamente en el logro del coito con orgasmo y miles de mujeres que consultaron a un especialista en la búsqueda del placer sexual fracasaban (y se sentían humilladas) al no alcanzar el comportamiento sexual esperado.
La nueva “cultura” sexual fue trasmitiendo estos “nuevos” conocimientos como verdades científicas, pero siguiendo el sesgo masculino, que sin dudas arrojaron luz sobre la psicofisiología de la actividad coital.
El varón debe despertar el erotismo femenino, si este fenómeno no se produce, aunque ambos han participado del juego, se concluye que ella falla, la responsabilidad masculina rara vez se reconoce, si él tiene erección. La falla masculina es sólo alegada cuando falta la erección o ésta es deficiente.
En este contexto, las mujeres suelen encontrarse en un callejón sin salida entre las múltiples creencias y una sexualidad que finalmente no saben como cumplir satisfactoriamente dentro del criterio coital esperado.
Por ejemplo, si no pueden seguir la velocidad eyaculatoria del varón y no alcanzan el orgasmo vaginal esperado por mayor lentitud en la respuesta, surge rápidamente la idea de anormalidad, de que algo anda mal ya que la presencia indispensable del pene es suficiente para detonar su orgasmo femenino.
De manera tal que, las mujeres pasaron de la obligación histórica de reprimir su sexualidad a una nueva exigencia: sentirlo todo de acuerdo a un modelo psicofisiológico masculino que la socialización de esta nueva cultura considera “lo natural”, aunque le resulte ajeno y le cueste insertarse.
Por otra parte, a pesar de la evolución de los tiempos, todavía en muchas culturas se sigue manteniendo la división que conlleva un mensaje muy poderoso y de una tremenda contradicción entre el amor (lo bueno) y el placer (lo malo), por el cual el amar y formar una familia pareciera incompatible con la satisfacción del deseo sexual, adquiriendo así, la sexualidad femenina una connotación negativa.
Vivimos en una sociedad donde aún impera subliminalmente (en la práctica es cada vez menor la creencia sobre todo en las generaciones de jóvenes) la dicotomía entre mujeres “respetables” para el casamiento y aquellas “lujuriosas” con las cuales los varones las pasan bien pero que abandonan para constituir una familia con las respetables.
Podría pensarse entonces que a la mujer le basta con reprimir la sexualidad para lograr ser amada. Nada de eso, el asunto se complica cuando una vez en pareja estable, la mujer debe desarrollar una sexualidad capaz de atraer y satisfacer a su compañero, caso contrario será rotulada con la temida categoría de “frígida”.
¿Dónde está la medida de la sexualidad femenina adecuada? A los varones se les exige siempre una sexualidad pródiga; a las mujeres, en cambio, recato en un tiempo y pasión en otro.
Cuando la mujer no logra el placer que el varón está obligado a brindarle, empieza a sentir amenazada su autoestima y puede correr el riesgo de perder el ser amado por ende aparece la tercera posición cultural: la simulación del placer. El placer propio va quedando relegado en forma trágica a un segundo plano.
Si bien es común leer en las revistas y libros que la comunicación en la pareja es lo primordial, el problema sigue siendo el ¿cómo? Esta incapacidad de hablar de la sexualidad, incluso con quien se tiene actividad sexual, es el resultado de la práctica de silencio que se fue gestando desde la infancia.
Ni los científicos, ni el movimiento feminista han logrado que se hable de la sexualidad con naturalidad. Expresar los deseos propios, lo que a uno le gusta, lo que considera sensual y afrodisíaco y, al mismo tiempo, cuáles son aquellas conductas que inhiben, implica asumir el riesgo no sólo de incomprensión sino, lo que es más grave, de sufrir la agresión de quien se siente criticado en un terreno tan íntimo.
Las mujeres prefieren callar antes que correr el riesgo de herir o afectar la seguridad personal del otro y sólo lo hacen cuando la frustración e insatisfacción desbordan el silencio y el desgaste de la pareja es casi siempre irreversible.
Como se ve, no es sencillo hablar de la sexualidad, requiere diplomacia y astucia para proponer alternativas y no sólo criticar. Exige mucho tacto y, sobre todo, gran habilidad para remontar siglos de mutismo y misterio.
Enfrentada ante la alternativa de la insatisfacción sexual silenciosa o el temor de herir a su compañero con sus reclamos, la mujer empieza a buscar triquiñuelas para evitar la actividad sexual, a veces, bajo la forma de ocupaciones impostergables o molestias físicas difusas convirtiendo el “no quiero” en un “no puedo”.
Ante el manifiesto conflicto de pareja se buceará en libros, consejos de terceros cuando no se recurrirá a las terapias sexuales y rápidamente se hará diagnóstico de falta de deseo, excitación inhibida, anorgasmia, etcétera, con lo cual vendrán diversos ejercicios de acuerdo a la fase que se quiere mejorar, es decir una serie de recomendaciones bastantes técnicas para acomodar la maquinaria física.
La psiquis, las emociones y la relación de pareja obviamente se incluyen en la terapia, pero básicamente como contexto. Y aún cuando sean consideradas en mayor profundidad, el objetivo terapéutico sigue siendo el ajustarse al modelo establecido: responder a las caricias con suficiente excitación para llegar al orgasmo.
En la práctica, los ejercicios sexuales y las técnicas de excitación y coito que exige la terapia sólo serán exitosas dentro de una excelente relación de pareja, lo que difícilmente será el caso en estas circunstancias. La relación suele estar bastante deteriorada y esa actividad sexual deficiente puede ser precisamente la causa o la consecuencia de ese deterioro.
Frente a una terapia sexual que no da los resultados esperados, las mujeres enfrentan normalmente dos caminos: aceptar la humillación de un trauma psicológico sin solución o simplemente guardar silencio sobre lo que realmente sienten compartidos por un sinnúmero de ellas.
El clamor femenino poco o nada tiene que ver con la tetrada de Masters y Johnson o la tríada de Singer Kaplan. Sus angustias están mucho más centradas en lo que ocurre fuera de la cama, especialmente en el antes y después del coito.
Las afirmaciones más comunes de las mujeres no están en los libros de sexología ni en la consulta de los expertos.
Una mujer puede ser un acúmulo de quejas y frustraciones pero, si se excita con cierta facilidad y llega al orgasmo en un tiempo relativamente parecido al de su pareja, no tiene cabida en la terapia sexual. ¡Es absolutamente normal! Y este título puede llegar a ser tan lapidario, tan pesado, como el de anormalidad. Es decir, placer y orgasmo no son necesariamente sinónimos.
El orgasmo no es la meta obligada de la relación sexual femenina. Para las mujeres las caricias y el afecto son tan importantes como el orgasmo. Una mujer puede experimentar un tremendo desagrado después de haber llegado al orgasmo después de un coito rápido apurado y mecánico. El experto dirá si hay excitación y orgasmo todo es normal.
Las quejas femeninas son pueriles y triviales. Para ser oídas por “los que saben” hay que tener realmente una disfunción de acuerdo al modelo de sexualidad establecido. De acuerdo a estos cánones, una sexualidad femenina “normal” tiene como meta el orgasmo mediante el coito u otra forma de estimulación genital directa.
No se trata, por cierto, de restarle relevancia al coito y al orgasmo, que han estado presentes en la terapia sexual tradicional, sino observar que los demás aspectos que conforman la relación han sido tan soslayados que fueron adquiriendo cada vez mayor importancia.
Las luchas feministas por equipar la sexualidad del varón y la de la mujer conspiraron contra la mujer, ya que el evitar mostrar la alteridad sexual por calificarla como discriminatoria restaron la suficiente atención en el aspecto esencial de la sexualidad humana: las emociones.
Si bien las emociones están efectivamente marcadas por la cultura, su existencia y su trascendencia no pueden limitarse exclusivamente a ese terreno. Al hacerlo, se dejó fuera toda la riqueza de las emociones, sobre todo las femeninas con respecto a su sexualidad.
Se debería definir con mayor precisión si las dificultades que presentan algunas mujeres tienen o no relación con la técnica, si se trata de caricias más o menos bruscas, si los cariños están dirigidos al lugar equivocado, si se trata de un asunto de tiempo, o si sus problemas están ligados con aquello que ocurre fuera de la cama.
Muchos años de trabajo terapéutico y de conversaciones con mujeres nos han demostrado que, por lo general, la satisfacción sexual está más vinculada a factores emocionales que a un rendimiento perfecto del ciclo de la respuesta sexual.
Como dijimos, orgasmo y placer no son sinónimos. Resulta revelador constatar que el placer femenino es el gran ausente en la educación sexual.
El placer incluye obviamente el orgasmo, pero va más allá . La buena sexualidad involucra todo el cuerpo y toda la sensibilidad de dos seres humanos capaces de respetar la individualidad y variedad en le goce de cada persona.
Alteridad sexual
Los varones y las mujeres no somos iguales ni desiguales, somos simplemente “lo otro”, el alter ego, de allí el concepto de alteridad sexual.
A pesar de la virulencia e intensidad que adquirió durante el siglo XX la lucha por la igualdad de los sexos, sobre todo en occidente, aún queda mucho camino por recorrer para que efectivamente varones y mujeres tengan las mismas posibilidades en todas las áreas del quehacer humano.
Al calor de la batalla, en medio de la lucha para conquistar aquello que le estaba prohibido y que pertenecía al exclusivo dominio masculino, se fue olvidando que la pelea era por conquistar unaigualdad de derechos y no por ser idénticos biopsíquicamente.
Esta distorsión entre igualdad de derechos en el área social con ser iguales o idénticos en el área biopsíquica le fueron borrando aquello que le era propio. Menospreciar esta realidad desemboca fácilmente en grandes problemas sexuales, como se observa en el quehacer psicoterapeútico cotidiano.
Durante décadas, el debate ha estado centrado en definir si las diferencias son biológicas o culturales.
Surgió así el concepto de “género” pero se confundió el “rol de género” con la “identidad de género”.
Una vez que nace una niña se confunde que se le haga usar ropa rosa, se le den muñecas, etcétera, (rol social) con el sentir íntimo de su identidad psíquica personal (convicción de ser nene o nena).
Absortas en la lucha por la igualdad, las mujeres desdeñaron las diferencias y, sin darse cuenta, han tratado de insertarse en el molde masculino creyendo que es lo correcto. Por ejemplo, se afirma que a las mujeres sienten la sexualidad como a los varones. Afirmación falsa. La mujer simplemente, tienen otra manera de concebirlo, de vivirlo y de gozarlo. Solamente cuando su actividad sexual es placentera según el patrón femenino, disfrutan de la sexualidad con la misma intensidad como los varones.
La primera diferencia entre varones y mujeres es la más obvia y, al mismo tiempo, la más ignorada: la anatómica. El aparato genital masculino y el femenino no pueden ser más distintos.
Lo físico influye en aspectos psicológicos, emocionales y culturales. Sin embargo, pareciera que pasamos por alto el efecto que las características anatómicas de cada persona tienen en su psicología.
Si el pene del varón anda bien puede respirar tranquilo, en cambio, la mujer tiene que coordinar media docena de elementos que son indispensables y cuyas posibilidades de combinación son inmensas. Esta realidad explica no sólo que los varones y mujeres sean distintos entre sí, sino también que las mujeres presenten una mayor diversidad entre ellas que los varones y por ende, muestran una mayor heterogeneidad en sus respuestas sexuales por lo que tienen mayor cantidad de prerrequisitos para hacer el amor.
La mujer tiene una necesidad ilimitada de escuchar halagos lo que revela el descomunal poder que tiene la palabra sobre ella.
Los varones, en cambio, tienen dificultad para hablar de sus sentimientos. Si bien en los últimos años muchos han descubierto el poder de la comunicación íntima, por lo general, cuando los sentimientos están por desbordarse, buscan alivio a través de la acción para descargar así sus emociones y recuperar la tranquilidad. Para el varón la clave es la acción, no la expresión.
Las palabras son indispensables para el ser femenino. A los varones, la expresividad no les brota espontáneamente y no la consideran necesaria. Para ellos lo esencial es mostrar, es manifestarse con el gesto y con la acción. Para la mujer el oír puede ser una caricia mucho más erótica que ser tocada.
A la hora de describir un buen amante, rara vez la mujer hace referencia a los atributos físicos o genitales de su compañero o al número de orgasmos que obtuvo. Recordará la atención que le dispensó, de que hablaron mientras hacían el amor, en lo que le dijo, como se lo dijo, cuando se lo dijo, casi siempre antes y luego del coito.
El “nosotros” se concreta cuando sus integrantes se conectan emocionalmente con gran intensidad en la intimidad. Al varón esta situación le suele ser sofocante, no porque no gocen con la intimidad, es que mientras la mujer quiere perpetuar ese estado, ellos quieren tomar distancia para recuperar su serenidad y su identidad. El relajarse y dormirse después del coito, el quedarse callado, el aislarse, es una necesidad de reencuentro consigo mismo.
Pareciera que en la intimidad el varón se disuelve, se pierde y necesita volver a tomar el control. La independencia de la mujer, en cambio, no se ve amenazada por la intimidad, es más, reafirma su libertad y su seguridad.
Lo cierto es que esta diferencia entre uno y otro sexo tiene una clara conexión con la fisiología de cada uno. Podría decirse el ojo erótico del varón y el oído afrodisíaco de la mujer.
Si aceptamos que la líbido está conectada al ojo masculino, podríamos entender que el varón busque cierta distancia para poder mirar.
Durante el coito, la sexualidad masculina está concentrada en los genitales, mientras que la femenina está dispersa a través de todo el cuerpo. Cuando la mujer toca los genitales de un varón, él se siente apreciado y valorado. Sus genitales son parte esencial de su naturaleza.
La mujer, en cambio, experimenta esa satisfacción cuando su compañero asume la totalidad de su cuerpo. Cuando la relación no se da como se suponía y el interés se centra sólo en el objetivo orgásmico inmediato, el resultado es la sensación de frustración y comienzan las excusas a aflorar: el cansancio, el dolor de cabeza, etcétera, porque le resulta más sencillo decir simplemente: “no quiero” que “no me gusta así”.
Más allá de los cambios culturales, el varón sigue siendo instintivamente cazador y guerrero. Orientado al rendimiento y motivado por el desafío, para él lo importante es la meta. Obtenido el botín se siente satisfecho, apreciado y admirado. Y esta esencia de su naturaleza se refleja también en la aventura sexual. Mientras él corre veloz hacia la meta, la mujer quiere gozar del paisaje, deteniéndose en el camino el mayor tiempo posible.
La penetración, la eyaculación y el orgasmo femenino se convirtieron en una prueba más de su propia masculinidad. Mientras más coitos haga y más orgasmos obtenga su pareja, más será su satisfacción y la recompensa a obtener. Si ya sabe como hacer llegar al orgasmo a su pareja, ¿para qué innovar? ¡qué mejor que repetir una fórmula de alta eficacia!
La ignorancia de las diferencias psicoemociones de la sexualidad de cada sexo han traído innumerables malentendidos. Hemos sido socializados en lo sano y lo insano, lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, lo normal y lo anormal, pero no en la diversidad. Para seres distintos, lo bueno y lo malo para uno no tiene por qué serlo para el otro.
El desconocimiento de las diferencias interfiere en la capacidad de desarrollar y gozar de la sexualidad con plenitud. El miedo, la vergüenza, la rabia, son pésimos compañeros de la libido.
Comprender y aceptar las diferencias es tarea de ambos. Las preferencias afrodisíacas de cada cual son muy disímiles, todas respetables y dignas de ser tomadas en cuenta al encontrarse en la cama. La pareja requiere de un enorme aprendizaje y conocimiento del otro. La variedad puede ser extraordinariamente enriquecedora para la sexualidad.
¿Conocen las mujeres la sexualidad masculina?
A través de lo que se escucha en las entrevistas de psicoterapia la idea que generalmente tienen las mujeres es que los varones son absolutamente previsibles, una cofradía desprestigiada y desechable, que son torpes, primarios y burdos.
Además se suelen quejar con expresiones como: ¿Dónde están los hombres?, y otras no  menos peyorativas: ¡Son todos cortados por la misma tijera!: reaccionarios, machistas, vengativos y resentidos.
Pero los varones tienen secretos históricamente guardados, producto de mitos culturales que con gran fuerza se mantienen, falacias que condicionan su conducta y que las mujeres también, mal informadas, se encargan subliminalmente de reforzar.
Así vemos que todavía, lamentablemente, siguen teniendo vigencia aseveraciones relacionadas con el pene que continuan reforzando la cultura falocrática. Se sigue creyendo que el tamaño del pene da exacta dimensión de la potencia sexual y que es proporcional al placer que tendrá la mujer durante coito.
Se piensa que los negros tienen mayor potencia, que la sexualidad masculina declina luego de los veinte años y que si el varón no puede sostener una erección en cualquier circunstancia es un impotente; que la capacidad de eyacular rápido es signo de masculinidad; que la masturbación debilita la sexualidad y provoca enfermedades y los adultos no se masturban; que tener fantasías con varones es ser homosexual; que a su vez la homosexualidad es una enfermedad mental, etcétera.
También se dice que el afecto es cosa de mujeres y que a éstas, en el fondo, les gusta que las tomen por la fuerza; que todos los conflictos con las mujeres se arreglan en la cama; que el varón es más reconocido por su pareja cuanto más capacidad de frecuencia coital tenga; que durante el coito el varón tiene que estar siempre arriba, etcétera.
La cultura machista hizo que el varón, de niño no jugara con las niñas salvo en raras circunstancias. Se decía “eso es cosas de niñas” y bastaba para abstenerse de jugar con ellas.
Además, desde niños los varones advertían la importancia de decir palabras soeces, fantasear aventuras sexuales imposibles y no confesar la curiosidad avergonzada con que se observaba el tamaño del pene de los mayores.
Si alguien quiere describir a los hombres despectivamente, solamente debe decir que se pasan la vida probando que lo son. El varón se construye sobre la metáfora del guerrero. Existe una clara definición de los que serían pensamientos y acciones viriles, generalmente asociados a una disposición temeraria: fuerza, habilidad, competencia. También solidaridad y capacidad de cumplir lo pactado “palabra de hombre” como prueba de confianza.
La mujer, en general, sigue eligiendo como pareja, al que le brinda seguridad social, las figuras de poder, de dinero y belleza antes que los más aptos y emocionalmente maduros, aunque luego se queje por las falta de estos atributos.
Del varón se espera que sea autónomo. Lo peor es depender de la mujer.
En cuanto a la sexualidad el “violar” sigue siendo una actitud de hombres y el “rechazar y huir” propio de las mujeres. Así, ambos sexos sienten la amenaza de que deben manifestarse eróticamente antes de realmente conocerse, so pena de ser calificados por el otro como inhibidos, poco liberales o infantiles.
No hay ninguna prueba de que el varón sea, por naturaleza, más valiente que la mujer. Ni viceversa. No obstante ello, necesita probarlo constantemente, para evitar que se pueda sospechar lo contrario. Lo que sí envidian los varones es el derecho al miedo y la vacilación que conservan las mujeres.
Otros mitos que se refuerzan culturalmente sobre la sexualidad masculina tienen que ver con el orgasmo femenino, que sigue siendo un trofeo de guerra del macho joven y su cosecha una prueba de potencia.
Esto se topa con la variabilidad orgásmica femenina que no obedece a estos patrones de estimulación, sino más bien de estimulación y de madurez de su respuesta sexual. Lamentablemente, muchos varones adultos no cambian su patrón y sus parejas se quejan de su falta de complementación a sus necesidades.
Otro mito frecuente es el temor a la masturbación. Los varones aprenden a masturbarse a la carrera sin sensualidad probando la potencia y midiendo la erección y la dureza del pene como hecho paradigmático, por lo tanto se es macho en la medida que su sexualidad responde con prontitud y siguiendo estas características y con la creencia además que eso es lo que espera una mujer de ellos.
Otros conflictos habituales por desconocimiento de la idiosincrasia masculina tiene que ver con el hecho de creer que el varón suele ser mas apto socialmente que la mujer. Sin embargo, ellas son más sociables y se mueven mejor con relaciones de diversa profundidad y distinta temática.
Los varones hablan sólo con un hemisferio cerebral y eso los torna directos, analíticos, pragmáticos y a veces aburridos. Sólo suelen ser bihemisféricos para el humor y esto aparece como un puente de atracción para la mujer. A estas les gusta que los varones las hagan reir sin perder su poder. El sentido del humor en el varón puede hacer desaparecer o atemperar cualquier problema de la erección o de eyaculación precoz ya que la conversación afectuosa, la buena predisposición, el suena a poesía para la mujer.
La mujer ocupa para hablar los dos hemisferios. Esto las hace mas intuitivas, más emocionales, pero también más proclives a confundir el trabajo con el amor y el deber con el querer. Resultado: el varón es más locuaz en público y la mujer en privado.
En la pareja, la mujer es quien tiene más cosas que decir y que pedir, los varones los temas de conversación giran alrededor de tres: el trabajo, los deportes y la política.
Otro conflicto notable se observa durante el período refractario tras el orgasmo masculino. Es un problema serio para los varones poco entrenados en su sexualidad. Tras eyacular tienen una relajación fantástica. Ellas se excitan más y quieren cercanía cuando el varón quiere alejarse. Quieren conversar y sienten como un abandono o una agresión la somnolencia masculina. El resultado es que los varones buscan el sexo para relajarse y las mujeres necesitan relajarse para tener sexo.
Otras dificultades observables tiene que ver con el doble estándar sexual que fue implacable hasta las últimas generaciones. Los varones tenían que ser expertos y las mujeres vírgenes. Pero en la práctica al varón le encanta que ellas tomen la iniciativa, manifiesten placer sin ninguna vergüenza. Que sean impúdicas y desenfadas en el uso de lencería erótica.
La práctica de la felacio fascina a los varones a pesar de que un tercio de las mujeres lo deteste. También les deleita la práctica del cunilinguo y esta actividad sexual les permite ser más lentos y detallistas.
Al varón le molesta la pasividad de la mujer, el desinterés, el apagar la luz, las acaricias mezquinas y automatizadas. Pero es cierto también que, las mujeres muy sexuales le asustan (las que quieren “boys scouts”) y las muy frías le hastían.
Los problemas masculinos no terminan aquí. En los comienzos del siglo XXI se escuchan voces que profetizan, para bien o para mal, la obsolescencia del cuerpo y, por lo tanto, de las diferencias de género. La reproducción por clones va hacer innecesario el papel del varón.
Pensamos que sucederá lo mismo que con muchas cosas antes naturales como el erotismo y la seducción interpersonal y ahora artificializadas como el sexo virtual computarizado que se convierten en cultura.
Pero, a pesar de la anulación de las diferencias de rol, la igualdad de las identidades y la búsqueda de una pareja equitativa que se observa en la actualidad no han hecho aún desaparecer los resabios de una masculinidad arcaica.
Como observamos, no sólo las mujeres tienen sexualidad secreta que el varón desconoce y, por lo tanto, le cuesta responder a sus necesidades, sino que los varones también tienen secretos sexuales que lo agobian y de los que las mujeres participan, sin saberlo, por presión cultural.
Como vemos, la cultura sigue reforzando mitos con referencia a la sexualidad masculina.
Mitos frecuentes con referencia a la sexualidad masculina
De la observación cotidiana surgen algunos mitos sobre algunas conducta masculinas según las creencias de las mujeres. Pasaremos a enumerar algunas de ellas:
1) Los varones saben como comportarse a la hora de la sexualidad.
Una tremenda fantasía que impacta tanto en la autoestima de los varones como en los anhelos femeninos. La idea es que la candidez femenina en la cama es algo “natural” y provoca en el varón gran pasión y la oportunidad de convertirse en su maestro. La situación inversa es falta de virilidad. Sólo frente a una prostituta en su iniciación puede aparecer el varón como un novato.
Los varones que no pudieron consultar a familiares cercanos o educadores al iniciar su vida sexual seguirán a los tumbos por la vida o deberán recurrir a un terapeuta. Las mujeres, sin quererlo, contribuyen a la perpetuación del mito del varón experto ya que tal situación les atrae, les seduce y las excita.
2) Los varones no sólo tienen que ser expertos sino que también siempre tienen que estar listos para el buen rendimiento coital.
Es culturalmente esperable que el varón tenga perfectas erecciones (falocracia), para funcionar como machos, para mostrar que están bien dotados, que poseen un pene grande y que están prestos a usarlos apenas sean necesario.
Las mujeres alimentan el mito ya que un pene que no se erecta a la velocidad esperada les produce gran inseguridad y un temor espantoso de estar fallando. Más que pensar en un problema de la pareja, la mayoría de las mujeres reacciona ante un pene blando como si estuviera sufriendo un rotundo rechazo.
Cuando no lo viven así, y asumen que se trata de un asunto que afecta al compañero, entonces lo enfrentan como un hecho vergonzante, que los coloca a ambos en una situación incómoda de la cual hay que ver como se sale lo antes posible.
De alguna manera, las mujeres han caído en una trampa que ellas mismas se encargan de fomentar. Por un lado, se quejan porque los varones centran su interés sexual sólo en los genitales y por el otro, no toleran un escenario distinto al de un pene en erección en el momento exacto en que así se requiera.
3) Es que el varón debe entender cuando la conducta sexual de la mujer es ambigua y manipuladora
Esta rebuscada forma de comunicación consiste en decir “no” cuando es “si”, o decir “si” cuando es “no”. Una fórmula bastante perversa que se ve reforzada durante la conquista, cuando varones y mujeres se relacionan de manera bastante equívoca.
Aunque ahora se observe menos que antes, muchas parejas suelen llegar a la cama sin que nadie lo proponga verbalmente en forma directa, sino a través de claves imprecisas, miradas, gestos e insinuaciones indirectas. Este adivinarse mutuamente resulta sin duda muy emocionante, atractivo y erotizante, pero se corre el riesgo de sacar conclusiones radicalmente diferentes frente a un mismo comportamiento. Una señal puede ser clave y determinante para uno, y tener un significado completamente opuesto para el otro.
En medio de la ambigüedad de los mensajes eróticos y de las distintas formas de interpretarlos, surge otro gran malentendido: los varones no les creen a las mujeres cuando ellas dicen “no”. Simplemente concluyen que están atadas a la vieja tradición que indica que las chicas buenas jamás dicen “si”. Lo cierto es que las mujeres tienen dos razones fundamentales para decir “no” en vez de reconocer sus deseos. La primera es evitar la sanción social de mujer “fácil”. La segunda es la inseguridad respecto a los sentimientos de su pareja. El “no” es una especie de examen para saber el real interés en ella, es la búsqueda de una señal amorosa si el insiste y espera.
Luego de la conquista, se transforma en una trampa mortal, ya que la incorporación de este guión por parte del varón hará que él siga insistiendo en cada “no” (sordera y obstinación masculina) y ella se sentirá atropellada y forzada a hacer lo que no quiere ya que ahora el “no” es verdadero. La caída de este pesado círculo vicioso surge generalmente a raíz de una vida sexual poco placentera para la mujer.
4) La mayoría de las mujeres tienden a suponer que los varones deben pensar y sentir como ellas esperan.
Esto genera un sin número de malos entendidos. Esta tendencia natural se ha visto reforzada por la incesante lucha por la igualdad que libra la mujer. Ésta ha batallado por su derecho al placer, pero una vez logrado este reconocimiento, quedó atrapada en la idea de que su gozo y sus deseos son similares a los del varón. Tal difícil es aceptar la diferencia que muchas mujeres se llenan de culpa de que no funcionan como su pareja esperaba.
Existen estudios que muestran cómo cuando una persona observa determinadas conductas, inmediatamente le atribuye ciertas intenciones y ciertos sentimientos, que en la inmensa mayoría de las veces son deducciones que no tienen nada que ver con la realidad y son simples proyecciones del observador.
Cuando un varón se excita tiende a proveer el tipo de estimulación física y emocional que a él le gustaría recibir. Como la mujer no manifiesta explícitamente lo que desean recibir, (espera que él lo adivine) el varón absorto en su excitación sencillamente perpetúa su conducta, y ella piensa que él no quiere satisfacer sus necesidades y va acumulando frustración y rabia.
Quizás la regla de oro en este terreno sea que lo obvio no existe.
5) La inmensa mayoría de las mujeres suponen y esperan que si alguien las quiere de verdad debe saber adivinar qué quieren y cómo lo quieren
La mujer siente que el no ser entendida es una muestra de desamor, desinterés o descuido. Esto nace del hecho de que en medio del silencio, o el hablar dando una pista rebuscada u oblicua lo único que queda es la adivinanza.
Por lo tanto, se trata de una petición imposible, ya que las mujeres no suelen estar dispuestas a pedir, a mostrar, a enseñar. Las mujeres primero tienen que descubrir sus necesidades y luego aprender a contarlas, pero no lo hacen casi siempre por temor a irritar a su compañero con su ritmo y que ellos se impacienten, o lo que es peor porque pretenden que ellos sepan descubrirlas como consecuencia del amor que les profesan.
6) Los varones deben ser capaces de satisfacer todas las necesidades afectivas.
Durante siglos esta premisa se mantuvo inalterable. Los varones siempre fueron proveedores y protectores, mientras que las mujeres se hacían cargo del hogar y de las tareas emocionales de la familia.
Las descripciones de cargos estaban absolutamente claras. La definición de roles era perfecta y detallada.
En la actualidad todo se ha vuelto más difuso. Varones y mujeres dependen menos el uno del otro para la seguridad física y la supervivencia. Ambos hoy tienen otros objetivos: felicidad, intimidad, amor, romance, pasión, compañerismo.
El varón fue perdiendo los roles exclusivos para los cuales fue formado y que permitían afirmar su autoestima. Paralelamente, las mujeres fueron adquiriendo nuevas obligaciones y, además de madres, esposas, amas de casa, también se convirtieron en protectoras y proveedoras.
Los varones tienen cada vez menos responsabilidades exclusivas y las mujeres se encuentran cada vez más sobrecargadas de responsabilidades. Las mujeres salieron al mundo, impulsadas básicamente por razones sociales, por la revolución industrial, por las nuevas realidades económicas, por la vida moderna. Ahora comparten las tareas del hogar con las ajenas al hogar.
De manera tal que, el varón observa que no sólo ha perdido roles exclusivos sino que ahora debe enfrentar obligaciones insospechadas. La mujer que está en su casa se encuentra exhausta y no tiene interés en aplaudirlo por sus destrezas masculinas que lució en el mundo exterior, sino que espera que desarrolle con ella sus habilidades femeninas, que la escuche, le converse, la cuide, la comprenda, la quiera, es decir, se le pide una serie de cualidades y conductas que jamás vio en su padre y contrarias a su virilidad.
La sensación de fracaso es muy común en la pareja actual. Muchos cambian de pareja en busca de esos elogios tan ansiados. Sus amoríos son vitaminas para un ego decaído. En medio de la desorientación mutua: los varones se sienten menoscabados y las mujeres plantean demandas un tanto desorbitadas.
Estadísticamente se puede observar que los varones después de fracaso matrimonial se casan nuevamente más rápido que las mujeres que han fracasado, ya que solas se sienten menos sobrecargadas y menos insatisfechas, que en pareja. El varón, en cambio, elige una mujer cada vez mas joven persiguiendo no sólo la satisfacción de la conquista sino más bien los halagos que le permitan afirmar su identidad que está muy deteriorada.
7) La infidelidad patrimonio masculino
Hasta la mitad del siglo pasado era mucho mas frecuente la infidelidad masculina que la femenina. En la actualidad se ha equiparado notablemente.
La infidelidad en el varón se suele clasificar en infieles épicos e infieles líricos.
Los épicos disfrutan sin mayor quiebre emocional las aventuras como simples relatos de logros, batallas ganadas, trofeos, relatos de andanzas viriles.
Los líricos serían al revés, aquellos que están buscando siempre en cada mujer un amor profundo, idealizado y mágico, sintiendo que el amor lo redime de toda culpa.
En la oscilante ética del juego amoroso contemporáneo, estos dos arquetipos se mezclan. Pero son extremos de una normalidad estadística revuelta, donde el matrimonio tradicional sufre la presión de la fantasía erótica, los encuentros y los desencuentros, la demanda de los medios de comunicación y el círculo de amistades. La infidelidad puede amenazar al matrimonio más consolidado.
Pero, en la actualidad, es notablemente frecuente la infidelidad femenina sobre todo la insatisfacción que sufren producto de todo lo ya analizado.
Se preguntan las mujeres entre 25 y 35 años: ¿Dónde están los hombres?
Lo concreto es que hoy los varones no están en casa. Se fueron, los echaron, ellas se aburrieron de ellos, están cesantes, desocupados, han armado otra relación de parecida fragilidad o, lo más común, están solos.
No quiere tener compromisos o nuevos compromisos si ya los tuvieron. Los varones van a los que les interesa (al igual que las mujeres). No quieren presiones en general ni sexuales en particular. La vieja imagen del macho dominante que daba techo y abrigo es reemplazada por el seductor casual que no quiere comprometerse con nada y que huye despavorido ante cualquier manifestación afectiva que quiera tener visos de estabilidad.
Las mujeres ante tanta inmadurez adolescente elevan su mirada hacia varones mayores, con experiencia real, viudos o separados, cuando no casados sobrevivientes de una relación estable pero deteriorada.
El varón “desaparecido” se ha quedado solo con su sexo a solas. Para él se ha dispuesto toda la batería de revistas, artículos, videos de pornografía o sexo virtual por internet, todas formas o variantes masturbatorias donde las imágenes (“el objeto amoroso”) se comporta como sus fantasías necesita para satisfacer sus requerimientos eróticos. No aparecen así los conflictos por interacción comunicacional con objetos reales.
Por lo tanto, las mujeres se encuentran con varones jóvenes y reacios o mayores pero traumatizados. En estos momentos el varón descubre que puede tener sexo cuando quiere sin miedo al compromiso “porque no hay nada entre nosotros” a lo sumo podemos ser “amigovios”.
8) En la senilidad se pierde la sexualidad
El siglo XX fue el siglo de las mujeres, pero también se inventó la senilidad ya que la vejez se ha tornado más tardía a expensas de la mayor expectativa de vida, por lo tanto, no solo proliferó la menopausia femenina sino también la andropausia o viropausia masculina.
Este momento, la declinación testosterónica, asusta a los varones y los hace a algunos disfrazarse de jovencitos abandonados.
Es aquí, siguiendo la tradición falocrática, esta involución normal que hace disminuir la frecuencia del rendimiento coital es tomada como cesación de la vida sexual. Se crea así conflictos de pareja cuando la menopausia trae un exacerbación del interés sexual en la mujer, y se acompañada de una aparente declinación masculina durante la viropausia. Una nueva fórmula conflictiva de comunicación a la edad madura.
La comunicación sexual
La comunicación en general es un proceso por el cual un emisor (E) envía un mensaje a un receptor (R). Pero, como es un sistema cerrado, para que se establezca realmente la comunicación el (R) debe devolverle al (E) una señal de que ha recibido el mensaje.
La comunicación puede ser verbal (digital o fónica) y paraverbal (analógica o no-fónica).
La comunicación verbal se expresa digitalmente a través de la palabra y el silencio, por ello se dice que es fónica.
La palabra es el soporte del lenguaje. Es un signo codificado modificable en su significado según su forma de expresión que está dado por la entonación, el ritmo y la carga afectiva.
El silencio no es fónico pero es audible. Es un signo de comunicación o incomunicación según la actitud dada.
La comunicación paraverbal se expresa a través de gestos, de mímica y de actitudes por signos o señales significantes que tienen mucha más universalidad que la comunicación verbal que requiere del conocimiento de un idioma común entre quienes se quieren comunicar.
La comunicación sexual requiere de lo ya descripto más la comunicación corporal psicofísica. Se dice que es más fácil desnudarse físicamente que psiquicamente.
Las dificultades comunicacionales de la pareja que se observan más frecuentemente durante las terapias sexuales son: la falta de manejo de la alteridad sexual, el doble mensaje y el mal manejo del tiempo.
A nivel de la alteridad sexual la dificultad comunicacional que se observa más frecuentemente en la pareja es el reemplazo de la complementación (los copartícipes no son ni iguales ni desiguales son “lo otro”) por la competencia, es decir viven en rivalidad como si fueran iguales que luchan por mismo objetivo personal.
En cuanto al doble mensaje lo más común que se observa es que con lo paraverbal se invalida lo expresado verbalmente, es decir, lo que se expresa gestualmente (lo que se quiere decir) es contradictorio con lo que se dice verbalmente.
El mal manejo del tiempo se observa por la igualación del tiempo físico (cronológico) con el psíquico (experiencial). El núcleo crono (tiempo) - topo (lugar) - kinético (movimiento) reconoce la existencia de un tiempo cronológico que es continuo, siempre igual, por ejemplo: un día tiene 24 hs., un mes 30 días, una hora sesenta minutos, etcétera, y un tiempo experiencial que es subjetivo, personal, vivencial por lo tanto discontinuo, es decir, es el hecho que nos permite vivenciar que dos horas pueden ser dos minutos si la estamos pasando bien o un minuto ser una eternidad si tenemos que el enfrentar algo desagradable.
Cuando una pareja iguala ambos tiempos a expensas de vivir el ritmo cronológico y no el experiencial aparece la angustia, la rutina, el hastío, la indiferencia con la sensación de frustración que conduce al tedio, estableciéndose el problema clave de la mal comunicación interpersonal.
Las dificultades de comunicación sexual tienen que ver con el cuánto, el cuándo y el cómo de la interacción sexual.
El cuánto alude a la dimensión temporal de la relación sexual, a los tiempos del sexo.
El tiempo que se requiere para la excitación, el sentir placer y llegar al orgasmo. Tiene que ver con el que frecuencia se quiere hacer el amor. Qué grado de concordancia se tiene con los intereses de la pareja.
Se plantea qué tiempo requiere la pareja para conocerse ya que la sexualidad es un proceso creativo que debe ir gestándose paulatinamente a partir de los deseos, la sensibilidad y el placer de cada cual.
Algunas parejas toman años en conocerse en sus verdaderas necesidades y deseos sexuales.
Al comienzo de una relación, se da normalmente una fuerte atracción, una explosión de erotismo, que moviliza un conjunto de hormonas que permiten compensar las dificultades de ajuste sexual de la pareja.
La emoción, la pasión y la novedad sustituyen al placer físico propiamente tal, las parejas se permiten soñar las escenas más extraordinarias. Pero a medida que la relación se estabiliza es necesario recrear esa pasión conscientemente.
Para que la monogamia no se confunda con monotonía, resulta indispensable ir desarrollando tanto habilidades de comunicación como la mejor técnica sexual para el estilo propio de esa pareja.
Si la pareja no alimenta adecuadamente la pasión sexual a través del tiempo, si no se da el espacio para conocerse y descubrirse sexualmente, hacer el amor puede convertirse rápidamente en una tarea más, un trabajo tedioso.
La mujer está equipada psicofísicamente para erotizarse en forma gradual y calma, a diferencia del varón que prefieren las caricias rápidas y fuertes.
La mujer que llega al orgasmo en forma rápida no es lo habitual, y si el varón presenta una rápida respuesta o algún tipo de eyaculación precoz este problema “temporal” agrava la situación al punto de que muchas mujeres son rotuladas de “frigidas” o anormales por su lentitud de respuesta con relación al modelo masculino.
En la actualidad hay investigaciones que demuestran que cada vez más mujeres tienen orgasmo masturbatorio durante la relación coital con su compañero. Pero también expresan que la masturbación no es la panacea, si bien satisfacen el deseo sexual, se pierde la intimidad y la conexión profunda y afectiva con la pareja.
El orgasmo sincrónico, que parece ser ideal de una pareja, no es la medida del placer sexual y es poco frecuente que ocurra en forma regular. Algunas parejas lo experimentan de vez en cuando, otras nunca. Por lo general, es más bien la excepción que la regla. Parejas de muchos años de convivencia y buen acuerdo sexual suelen lograrlo con habitualidad, pero plantearlo como un hecho ideal sólo conduce a la frustración, o como una exigencia imperativa que genera una nueva complicación dentro de la pareja y, en el peor de los casos, a la mentira por fingimiento.
El deseo o apetito sexual en una pareja presenta un rango de desigualdad que es propio de la condición humana, y tanto el varón como la mujer por más parecidos que sean, siempre serán dos personas distintas, que no tienen por qué tener ganas simultáneamente. Cada pareja va desarrollando ciertas claves, ciertas señales, para evidenciar sus pretensiones sexuales y contrastarlas con las del otro.
El problema surge cuando ese desnivel adquiere un carácter imposible de asumir por algunas de las partes. El sincronismo de deseos es maravilloso pero es la excepción y no la regla. Cuando la desigualdad en el deseo se hace evidente, hay que evitar ese peligroso circulo vicioso en el que uno se vuelve insistente y el otro resistente.
El cuándo se refiere más allá del deseo sexual de cada uno, al momento en que realmente están disponibles para hacer el amor en conjunto.
Desde la segunda mitad del pasado siglo XX la vida cada vez más agitada del ser humano ha resentido los encuentros de la pareja en simultaneidad de intereses.
En general, la sexualidad femenina requiere de un tiempo de relajación y ocio, mucho más prolongado que el varón que, por lo general, suele estar ocupado en sus propias tareas y exige una sexualidad en forma rápida y urgido a veces por sus propias tensiones o en los momentos en que ella los tiene dispuestos para tareas hogareñas o para descansar.
Lo ideal de la mujer está estrechamente ligado a un ambiente romántico o exótico, para el varón, en cambio, el erotismo se centra en el cuerpo de su compañera, su lencería, las posiciones coitales, etcétera.
A diferencia de los varones, para quienes la sexualidad es una forma de relajación, las mujeres necesitan relajarse previamente, es decir desligarse de las preocupaciones cotidianas para vincularse con su libido.
Para la mujer el “cuándo” de la sexualidad está ligado a la calidad de la relación de la pareja. Son pocas las mujeres dispuestas a arreglar los problemas de pareja en la cama. Requieren dejar las cosas claras antes del encuentro sexual. Los varones, en cambio, buscan el sexo como forma de superar un enojo o un mal rato.
Por lo general, a las parejas le cuesta asumir que hay entre ellos problemas de poder. Les molesta que se utilice esa palabra y muchas parejas lo niegan rotundamente.
El poder se refiere precisamente al control que se ejerce dentro de la relación: como se deciden las cosas y cuál es el estilo que se impone. Aunque una relación sea aparentemente buena, cuando el poder no está mínimamente distribuido se irán acumulando rencores y conflictos.
No querer hacer el amor o no hacer nada para permitir encuentros sexuales satisfactorios, puede ser una manera de afirmar el poder.
Muchas parejas comienzan una vida sexual satisfactoria pero, pasado un tiempo, después de un hito importante como la maternidad, aparecen inesperadamente trastornos en la sexualidad.
Cuando surgen estos bloqueos inesperados, las mujeres tratan de evitar al máximo el encuentro sexual. A lo largo de la vida, habrá momentos en que ambos estarán dispuestos y ávidos de sexo y, otros, en que estarán menos disponibles. El sexo por más bueno que sea, no va en permanente ascenso.
Tampoco es extraño que haya muchas mujeres que se sienten insatisfechas y afligidas con su figura e inhiben su deseo sexual ante el miedo que le provoca el supuesto rechazo masculino o la imagen en el espejo. Sea cual sea la razón, sea real o imaginada, lo concreto es que se sentirá invadida por una inseguridad tal, que puede llegar a tener efectos devastadores para su sexualidad.
A su vez, algunos varones apenas han estabilizado una relación, se dejan estar, engordan sin compasión, descuidan su aseo y les restan importancia al vestuario y las mujeres perciben este descuido no sólo como una falta de preocupación personal sino como una falta de respeto hacia ellas.
Por otra parte, para las mujeres no es fácil dejarse llevar por le deseo y perder el control. En general, las mujeres han sido rigurosamente educadas para estar siempre pendientes y atentas a lo que ocurre, es decir, para mantener una actitud más bien de observadoras del acto sexual que de participantes activas.
También es importante distinguir entre rutina y cotidianidad.
La cotidianidad es la simplicidad del día a día, y el grueso de nuestra vida está hecha precisamente de pequeños grandes momentos de ese día a día y de cómo somos capaces de vivirlos en forma creativa.
La rutina, en cambio, tiene que ver con hábitos repetidos automáticamente y que hacen olvidar la sal y la pimienta de esos pequeños momentos. La clave está en no rutinizar la cotidianidad.
Si bien las características de la sexualidad femenina hacen más complicada la rutina para las mujeres que para los varones, no son pocos los que buscan aventuras y repiten infidelidades encandilados por la posibilidad de escapar de ella. Con el tiempo las parejas se aproximan al sexo como si fuera un trabajo mas ritualizando la actividad sexual y haciéndola monótona.
Las mujeres están mejor dotadas en el arte de animar la cotidianidad. Mantener la emoción y la disponibilidad para hacer al amor requiere de dedicación, energía y creatividad.
El cómo se refiere a las formas de hacer el amor.
En la práctica, muchos de los problemas que se atribuyen al coito están en realidad relacionados con aspectos previos en torno al “cuánto” y al “cuándo”.
Muchas mujeres se sienten anormales porque no les basta la vagina para el placer o no tienen orgasmos en ella.
La mala información hace que no se tengan en cuenta la vulva con sus labios mayores y menores y el clítoris con su capuchón y por lo tanto no se los estimula o se los mantiene ocultos o sienten vergüenza de sentir placer en dichas zonas. La vulva es algo totalmente inexistente, mientras que el clítoris suele tener un halo clandestino.
Otro mito culturalmente muy común es la idea de que el sexo es algo natural, innato que no requiere estudiar ni saber nada previamente. Por lo tanto, se piensa que el sexo surge espontáneamente del amor, en forma absolutamente instintiva. Pero sabemos que todo tiene su cuota de planificación, pero se pretende que una vez dentro de la cama todo resulte por arte de magia.
En la década del 60, la revolución sexual liberó a la mujer del enclaustramiento. Los años 70 la sexualidad fue invadida por artículos mediáticos y libro de autoayuda que proclamaban el erotismo como el estado natural, pero el placer no resultó ser tan espontáneo como el dormir o el comer. Desde los últimos años del milenio pasado se está asumiendo que es un asunto más complejo de lo que se suponía desde el modelo masculino.
Corolario
La experiencia de muchos años “escuchando” parejas en el consultorio nos da autoridad para expresar y describir los conflictos comunicacionales más frecuentemente observados sobre todo en el plano sexual. Los problemas genitales relacionados con la respuesta coital suelen ser de más fácil solución a través de las distintas terapias sexuales que se pueden implimentar, que aquellos referidos a la sexualidad como expresión relacional de la comunicación humana.
Nos permitimos, por último, hacer un decálogo sobre la importancia de la sexualidad para promover su satisfactoria aceptación.
1) Abre un mundo de posibilidades creativas.
2) Es un pilar de la comunicación.
3) Aflora la sensualidad.
4) Crea la intimidad.
5) Armoniza la autoestima.
6) Exalta al ser auténtico.
7) Alimenta los afectos.
8) Promueve el romanticismo.
9) Hace vivir la pasión.
10) Provoca una relajación psicofísica homeostática.

No hay comentarios:

Publicar un comentario