sábado, 25 de agosto de 2012

Ferran Salmurri: La felicidad se aprende


Psicólogo clínico de 57 años, Ferran Salmurri ejerce en el Hospital Clínic de Barcelona. Pionero en España en la investigación de estrategias para educar las emociones, es también autor de un novedoso programa para su aplicación en las escuelas.

¿Es posible una mejora “científica” de nuestros sentimientos, de nuestra calidad de vida afectiva? La lectura de Libertad emocional, el nuevo libro del psicólogo Ferran Salmurri, publicado por Paidós, sugiere que sí, que es posible progresar en el autocontrol de nuestras emociones mediante métodos rigurosos y probados en el campo clínico. El objetivo no puede ser más ambicioso: ser felices.

–¿Somos esclavos de nuestras pasiones?
–Cuando hablo de adquirir la “libertad emocional” es porque a lo largo de la historia de la humanidad hemos sido dominados por los celos, la envidia, el odio y, sobre todo, por el miedo. Podemos aprender a sentirnos mejor, y en la medida en que lo consigamos seremos menos dependientes de emociones que nos superan.

–¿Qué significa exactamente sentirnos mejor?
–La felicidad es sentirse bien.

–¿Qué nos lo impide? –Una excesiva cólera, rabia, ansiedad o tristeza. Es decir, somos excesivos en nuestra expresión emocional. Y sería suficiente para mejorar, para ser más felices, que educáramos nuestras emociones manifestándolas de una forma proporcionada. No es necesario sentir con la intensidad con que lo hacemos. No me refiero a caer en la insensibilidad o a que dejemos de llorar, que es bueno y necesario en muchas ocasiones. La emoción es natural pero siempre y cuando no llegue a dominarnos. Un caso de sentimiento desproporcionado es el de los padres que sufren cuando sus hijos salen de casa. Se preguntan: “¿y si les pasa algo malo? ¿Y si tienen un accidente?”. La probabilidad de que eso ocurra es de una entre un millón, así que están sufriendo innecesariamente. Al magnificar el riesgo anticipan sucesos que posiblemente no van a ocurrir, lo cual les provoca un dolor evitable.

–¿Quiere decir que somos una especie de masoquistas emocionales? ¿Desde siempre? –Aunque hay una cierta transmisión genética de nuestras cogniciones –la forma en que percibimos la realidad– y una biología que genera la adrenalina, las endorfinas, etcétera, la influencia más importante sobre nuestra forma de pensar es la del aprendizaje que hemos recibido. Muchísimas ideas se transmiten de generación en generación sin ser cuestionadas. De todas ellas, la más persistente es la de que nuestra personalidad no puede cambiar, que “somos como somos”. Pero hay estudios que demuestran que el cerebro cambia cada día en función de lo que hacemos. Y los tratamientos psicológicos modifican el cerebro. La biología no determina el comportamiento; es al revés, el comportamiento puede modificar la biología. Tuve un paciente aquí sentado, de 40 años, que afirmaba convencido: “soy tímido”. Yo le pregunté que cómo lo sabía, y me contestó: “me lo dijo mi padre cuando era pequeño”. ¡Así que su padre le “diagnosticó” timidez y él se ha pasado cuarenta años corroborándolo! No es así, tenemos una capacidad de cambio muy amplia.

–¿Lo que usted propone es una especie de psicología aplicada?
–Exactamente. En mi caso, este interés arranca al darme cuenta de que cuando aplicábamos un tratamiento psicológico en la clínica a pacientes adultos, jóvenes o niños, pensaba: si los pacientes hubieran conocido antes estas estrategias, quizá no hubieran llegado a enfermar. ¿Es necesario llegar a sufrir una depresión para tomarnos la vida con menos catastrofismo? En consecuencia, me planteé extender el conocimiento de estas estrategias psicológicas probadas clínicamente a una población más amplia de la que está en tratamiento. Para ello realicé un experimento de educación emocional en una escuela pública de Barcelona. Trabajé con los profesores, que padecen un considerable estrés laboral y baja autoestima, en la adquisición de habilidades emocionales para que luego ellos las transmitieran a los alumnos.

–¿O sea que usted propone una psicología preventiva de la misma forma que existe una medicina preventiva? –Falta una prevención de la salud psicológica, que en cambio sí observamos mucho más a rajatabla con nuestra salud física. Consiste en aplicar una serie de estrategias fáciles de aprender, ya desde la infancia.

–Apúntenos cuáles son.
–Se resumirían en tres: las técnicas cognitivas, las conductuales y las de control de sentimientos. Las primeras son las que influyen sobre la forma en que pensamos, y ahí hablaríamos de aprender a pensar en positivo, “detener” pensamientos negativos e identificar creencias irracionales para sustituirlas por otras más racionales. Las técnicas conductuales pretenden modificar nuestro comportamiento, y algunas de ellas han comenzado a desarrollarse, aunque sólo en el ámbito laboral, como la administración del tiempo, la priorización de objetivos, o las habilidades de interacción con los demás. Por último se trata de controlar la expresión desmesurada de los sentimientos aplicando técnicas de relajación, la principal de las cuales es la de la respiración profunda.

–¿Por dónde empezamos? –La autoobservación es la habilidad básica en cualquier programa de autoayuda serio, aunque no suele considerarse. Muchas veces creemos conocer nuestros sentimientos pero no es así, porque no hemos aprendido a hacerlo. La alexitimia, o incapacidad de algunas personas para reconocer y/o expresar sus propios sentimientos y emociones, se suele relacionar con numerosos trastornos mentales y es reconocida por los especialistas como un factor dificultador en los tratamientos psicoterapéuticos.

–¿Y dónde debe quedar nuestro egoísmo? –Se habla del egoísmo de forma peyorativa, pero es un impulso fundamental para la supervivencia de la especie, de la misma forma que la agresividad también lo es. Antes se controlaba el egoísmo de los niños con jarabe de palo, lo cual obviamente no era la terapia adecuada. Aún no se ha encontrado el método más adecuado y por eso vemos cómo se están dando, entre los niños, más casos de intolerancia a que no se cumpla lo que desean. El freno a nuestro egoísmo comienza cuando consideramos los sentimientos de los demás.

–¿También ha trabajado usted en la salud psicológica de los niños?
–En 1996 yo era coordinador del Centro de salud mental infanto-juvenil del Eixample de Barcelona y, como psicólogo del barrio, me pareció interesante pensar en cómo hacer prevención en salud mental, quería poner a prueba las teorías preventivas que estaba desarrollando. Me puse en contacto con una escuela pública de Barcelona para ver si podíamos poner en marcha un experimento científico de educación emocional que me ayudara a comprobar empíricamente su eficacia. Me dirigí a los profesores porque tienen un cierto índice de estrés laboral y consideré que podían ser los primeros interesados en mejorar sus estrategias y, una vez hubieran mejorado las suyas, como profesores sabrían enseñarlo a sus alumnos. Por tanto, estuve un año aplicando mi programa con los profesores, no con los alumnos. Consistía en autocontrol, habilidades cognitivas y conductuales. Realicé el experimento con los profesores en el curso 97-98 y, desde entonces, ellos lo están enseñando en la escuela. 

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