- Artículo de
Obligados a conquistar la felicidad
Todos los seres humanos compartimos al menos un anhelo, el de alcanzar la felicidad en nuestra vida. No obstante, desconocemos que estamos nadando a contracorriente, porque nuestro cerebro no está diseñado para ello
ES | 07/12/2012 - 09:15h
CRISTINA SAEZ
Si hay algo que compartimos todos los seres humanos, seamos de la cultura que seamos, es el anhelo dealcanzar la felicidad. Sin embargo, si nos preguntan, nos cuesta definir en qué consiste eso de ser bienaventurados y cada uno alegamos un cóctel propio de ingredientes imprescindibles para lograrlo: que si un trabajo que me satisfaga y me haga sentir realizado, que si una familia, que si una casa en el campo, que si los hijos, que si los amigos, que si disponer de tiempo de calidad para disfrutar de las aficiones…
Desde niños escuchamos historias acerca de príncipes y princesas que se encuentran, se casan y empiezan una vida de color de rosa. Leemos novelas con buen final, consumimos películas que muestran luchas de superación en la que los protagonistas tratan por todos los medios de dejar de lado el dolor y el sufrimiento y comenzar una vida nueva. Por no hablar de la publicidad: beba tal para sentirse bien, conduzca tal coche, viaje a tal sitio, coma tal alimento, vista tal ropa y será feliz. Y, últimamente, una nueva oleada de libros de crecimiento personal, de programas de radio y televisión sobre bricolaje emocional nos cuestionan nuestro estado de ánimo y nos explican cómo ser felices en siete pasos.
El mensaje que nos llega es claro: nuestro fin último en la vida es la felicidad o al menos hacer todo lo posible por tratar de alcanzarla. Parece que estemos abocados a ello irremediablemente. Casi obligados. Sin embargo, tenemos un problema del que, tal vez, no seamos conscientes: ese deseo nuestro de ser dichosos choca de bruces con lo que la evolución nos depara. Porque pese a todos nuestros esfuerzos por llegar a tan codiciado estado, el cerebro –ese órgano que nos empuja a enamorarnos, a alimentarnos, a actuar de una forma u otra, a vivir cada día, a sentir; que es fruto de muchos millones de años de evolución biológica, construido a golpes de azar y determinantes ambientales– resulta que no está preparado ni proyectado para la felicidad permanente. “Sólo contiene un diseño máximo y es el de la supervivencia. Puede que nos duela admitirlo, pero es así. La ley suprema del funcionamiento del cerebro es mantenernos vivos, no felices. Y eso implica en su esencia lucha, dolor, desazón y sufrimiento”, explica Francisco Mora, doctor en Medicina por la Universidad de Granada y doctor en neurociencias por la de Oxford; acaba de publicar ¿Está nuestro cerebro diseñado para la felicidad? (Alianza Editorial).
¿Felici… qué? A lo largo de la historia de la humanidad, la búsqueda de la felicidad ha sido un potente motor para la sociedad. Desde el antiguo Egipto, pasando por los pensadores clásicos de Roma y de Grecia, los filósofos orientales e incluso las religiones, se ha tomado la dicha como eje central para crear valores y normas con los que guiar la conducta humana.
La psicología, la sociología, e incluso la economía han tratado de arrojar luz sobre esta cuestión y han elaborado numerosos estudios en los que han medido parámetros como la satisfacción en el trabajo, la autorrealización personal, la familia, el entorno social, para valorarcuán feliz es una sociedad. Incluso se ha creado una base de datos mundial sobre la felicidad. Y en los últimos años, también las neurociencias se han interesado por este tema.
La felicidad, tal como la entendemos en la actualidad, es una construcción mental relativamente reciente, que para nacer necesitó de un cerebro social complejo como el que desarrollamos hace 70.000 años. “Nace de las altas funciones cognitivas del cerebro humano. –considera Mora–. Hasta hace muy poco, en la historia del pensamiento, la idea de felicidad había sido tratada sin referencia al cerebro que la producía. Y si todo reside en el funcionamiento de este órgano, está claro que los conocimientos obtenidos por la neurociencia cognitiva pueden aportar una cierta perspectiva que arroje luz sobre este concepto”.
Para estudiarla desde la ciencia, como no se pueden introducir sondas en el cerebro, los neurocientíficos han ideado una especie de test que mide el bienestar subjetivo de las personas; es una especie de interpretación médica de la felicidad, apunta el doctor Ed Diener, de la Universidad de Illinois. Y este índice de bienestar incluye tanto aspectos emocionales como cognitivos. Los primeros se refieren al sentimiento interno que experimentamos y tienen un contenido más hedónico; los segundos van más allá y tienen que ver con la satisfacción global de la vida. Además, no sólo se tienen en cuenta las cosas positivas, sino también la ausencia de situaciones o emociones negativas.
La vida duele Para David Victori, un joven realizador catalán de 30 años, la felicidad o su satisfacción personal pasa por dedicarse a lo que le apasiona, el cine. Hace unos meses apareció en todos los informativos de televisión junto al actor Michael Fassbender en el Festival de Venecia. Acababa de ganar una competición internacional, convocada por la productora de Ridley Scott, con su corto La culpa. El premio: medio millón de dólares para realizar una webserie, junto al propio Scott y con Fassbender como protagonista.
Llegar hasta allí no fue nada fácil, en ningún sentido. David Victori las ha pasado bien canutas: durante años no ha tenido ni un euro para nada y ha atravesado situaciones delicadas. Ha tenido que vivir en casa de amigos, fue rescatado por sus padres cuando se le acabaron los ahorros, cuando proyectos que parecía que iban a salir adelante se estancaban o se perdían en el cajón de alguna productora. Por si fuera poco, hace menos de dos años su hermana mayor murió de repente, de un ictus cerebral, lo que supuso un mazazo emocional brutal para la familia. Todo ello, ingredientes suficientes para muchos para tirar la toalla y sumirse en la tristeza o la desolación. En cambio, y pese a todo, Victori no ha perdido en ningún momento la sonrisa ni ha cejado en su empeño. Y no ha dejado, sobre todo, de sentir que es feliz.
“La vida es conflicto –afirma este joven realizador–. Tengo la suerte que desde muy pequeño me he tomado el vivir como un gran juego, viendo que el mundo es lo suficientemente rico como para que siempre haya un camino que tomar, una solución que aportar al problema que en ese momento te preocupa. Las emociones como el miedo tienen el enorme poder de cegarnos y bloquearnos, pero siempre trato de ver la vida igual, ni buena ni mala. Y la entendamos o no, probablemente sea en cada momento lo que debe ser”.
Sin saberlo tal vez, Victori con esa afirmación de que vivir es enfrentarnos continuamente a conflictos ha dado en una de las claves de la neurociencia: el problema como motor de la vida; tenemos un cerebro diseñado para ir superando escollos y garantizar así la supervivencia. Para ello, ha desarrollado dos herramientas neuronales: el placer y el dolor. La primera nos recompensa cuando llevamos a cabo acciones básicas para la vida, como alimentarnos o el sexo, y nos empuja a repetirlas. Y la segunda (el dolor) funciona a modo de alerta, de aviso de un peligro inminente para nuestra subsistencia. “El dolor es el impulsor de la existencia. Y es precisamente el sufrimiento lo que nos lleva a la concepción de la felicidad”, alega el científico Francisco Mora.
Buscando recetas Quizás esa forma que tiene Victori de girar el vaso para apreciar nuevos ángulos e intentar verlo siempre medio lleno, con optimismo y humor, es lo que le hace afrontar con eficiencia las situaciones adversas, reorientarlas y poder ver dentro de la desgracia la parte positiva para salir adelante. Aprender del dolor pero sin caer en el sufrimiento. Sin embargo, esa resiliencia, que es como en psicología se denomina a esta cualidad de Victori, básica para el bienestar de la persona, no suele ser lo habitual. La mayoría de nosotros solemos regodearnos en el padecimiento y la pesadumbre que causa el dolor; nos quedamos enganchados a las cosas negativas que nos pasan, nos damos golpes contra la pared una y otra vez, y nos lamentamos, lo que en ocasiones nos impide pasar página y hace que nos enredemos en sufrimientos innecesarios. Y eso, al final, acaba haciéndonos tremendamente infelices.
El desasosiego nos hace lanzarnos a la búsqueda de recetas, de fórmulas que nos conduzcan como por arte de magia a ese estado de dicha permanente, a ser posible cuanto antes. “La sociedad, en general, está muy desorientada. No sabemos cómo ser felices, como demuestra la profusión, por ejemplo, de manuales de autoayuda que proliferan de un tiempo a esta parte –considera el filósofo Francesc Torralba, director de la cátedra Ethos de Ética Aplicada de la Universitat Ramon Llull–. No consumes ya lo que tienes. Si eres feliz, ¿por qué leer un libro sobre cuál es el camino hacia la felicidad, por ejemplo? Toda esta literatura del happiness es un indicio claro de una necesidad de la gente a la que la industria editorial responde con libros desiguales”.
“Es que no podemos ser felices, por mucho que lo intentemos –espeta el neurocientífico Francisco Mora–. Al menos de forma permanente, porque el cerebro humano no lo permite. Los códigos construidos y depositados en él no dejan alcanzar la felicidad constante, lúcida, sin sufrimiento. No obstante –alega este experto y divulgador–, es posible llegar a parpadeos de felicidad, momentos fugaces, que son aquellos que experimentamos cuando uno se aleja mentalmente del mundo y se encuentran satisfechos los placeres y no se siente ni dolor ni sufrimiento”.
“Tiene sentido que sea así, que no podamos ser felices de forma permanente –asegura Arcadi Navarro, investigador ICREA y vicedirector del Instituto de Biología Evolutiva UPF-CSIC–. En el fondo, un estado de insatisfacción es necesario para el progreso, necesario para llegar a reproducirte, para alimentarte, para intentar acumular toda una serie de recursos que te permitan tener éxito como organismo. Si asociamos la felicidad con satisfacción de deseos, que es una de las definiciones posibles, entonces que no seamos felices es algo muy positivo. Lo interesante es tener diversos grados de felicidad, que me estimulen a moverme, a actuar para conseguir cosas. Estados transitorios de felicidad. Porque estamos programados no para la felicidad, sino para la búsqueda de la misma”.
¿Y la biología? En este sentido, los estudios científicos llevados a cabo con parejas de gemelos por Thomas Bouchard en 1979 son reveladores. Este profesor de Psicología de la Universidad de Minnesota estudió a gemelos que fueron separados después de nacer y dados en adopción a familias distintas. Bouchard estudió la heredabilidad de muchos rasgos de la personalidad, caracteres religiosos, sociológicos y también de felicidad. Se percató de que los gemelos separados tenían el mismo porcentaje de posibilidades de tener personalidades similares, intereses y actitudes que los gemelos que se habían criado juntos en el seno de una misma familia.
Eso le llevó a la conclusión de que había variaciones genéticas que nos predisponen también a sentirnos más o menos contentos o felices, al margen de las influencias externas y de las circunstancias vitales de cada uno.
“Eso nos abre una pregunta: si realmente hemos de ser felices, si la selección natural nos hubiera hecho tender a la felicidad, ¿por qué esta variabilidad genética hace que las personas sean más o menos proclives a ella? ¿No tendría que haber una felicidad universalfavorecida por la selección natural? –se pregunta Navarro–. La respuesta debería ser que no. Los estados de insatisfacción son los que nos garantizan, como especie, la supervivencia”.
Y esa insatisfacción causa dolor. Con todo, para la psicología positiva, surgida a finales del pasado siglo y basada en la importancia de las emociones, ser feliz no pasa por evitar a toda costa ese dolor y el sufrimiento, porque eso implicaría rechazar una parte intrínseca de nuestro ser, sino por asumir el dolor como parte propia del aprendizaje vital. “Ser humano implica morir y también sufrir. No podemos alcanzar un tipo de felicidad constante y eludir el sufrimiento”, considera Jenny Moix, psicóloga de la Universitat Autònoma de Barcelona y autora de Felicidad flexible (Aguilar).
“Sería lo mismo que pensar que si seguimos todos los consejos saludables, como practicar ejercicio físico regularmente, comer sano, no fumar, no vamos a morir nunca”. Se puede ser feliz y experimentar sufrimiento, porque amar va ligado a sufrir, considera Francesc Torralba, filósofo: “Uno puede ser muy feliz con su familia y sus hijos, pero seguramente porque los quiere, padecerá. El hecho de querer evitar el sufrimiento es casi como decir que queremos evitar amar. Y, sin lugar a dudas, los seres humanos estamos hechos para amar y ser amados, en activa y en pasiva”.
Lo que importa es el camino La neurociencia nos hace ver que no es posible un estado permanente de felicidad pero nos puede dar herramientas para entendernos mejor, comprender cómo funciona nuestro cerebro y aprovechar ese conocimiento para tratar de hallar maneras de sentirnos y vivir lo mejor posible. Y aprender así estrategias para que sepamos enfrentarnos a las diferentes situaciones que se nos irán presentando a lo largo de la vida.
“Una de las cosas que hace el cerebro es programarnos para buscar ser felices, dotarnos de una herramienta que nos impulse a buscar un
estado final, una meta donde lo importante no es la meta en sí, sino que estás haciendo un camino, y luego harás otro, y luego otro. Y así sucesivamente”, apunta el investigador Arcadi Navarro. Y una de las cosas que hace nuestro cerebro es precisamente recompensarnos por cada pequeña acción positiva que hacemos para nosotros mismos.
estado final, una meta donde lo importante no es la meta en sí, sino que estás haciendo un camino, y luego harás otro, y luego otro. Y así sucesivamente”, apunta el investigador Arcadi Navarro. Y una de las cosas que hace nuestro cerebro es precisamente recompensarnos por cada pequeña acción positiva que hacemos para nosotros mismos.
“Es el proceso lo que tiene sentido. Es como si tuviéramos a lo largo de la vida un saquito de semillas que sembrar en nuestro interior. Si esa tierra interior no está bien preparada, por mucho que plante, que riegue y que salga el sol, no crecerá nada”, indica Mercè Conangla, psicóloga, al frente de la Fundació Àmbit, Instituto de Crecimiento Personal, junto a Jaume Soler. “Los conflictos no deben bloquearnos porque los problemas son vida y todos tienen solución excepto la muerte. Cuando comienzas a aprender guión, te enseñan que sin conflicto no hay historia y que, además, sin conflicto no hay interés por parte del público. Detrás de esta regla de oro del guión, hay una lección de vida, que nos habla de lo que hay tras la energía que nos mueve como seres humanos. Cuando conocí al director Bigas Luna, a los 17 años, su primera lección fue que “un rodaje es solucionar problemas, uno tras otro. Y eso es también la vida”, afirma David Victori. Quizás no podamos llegar a ser felices de forma constante, pero quizás podamos hilvanar, uno tras otro, infinitos parpadeos de felicidad.
'Mindfulness' para ser feliz
Esta práctica de meditación que hunde sus raíces en el budismo está más de moda que nunca. Se habla de ella como antídoto para superar el dolor crónico, para ayudarnos en la concentración, para calmar el ánimo, para ayudarnos a gestionar las emociones, para aportarnos paz y silencio interior. Y ahora también como una forma de aumentar la felicidad presente y la futura. La razón es sencilla: el estar practicando la conciencia plena, que requiere concentración absoluta sobre el aquí y el ahora, impide volver una y otra vez sobre hechos dolorosos del pasado o recrear posibles situaciones adversas del futuro. Si nos concentramos en el presente, reducimos la sensación de malestar. También nos ayuda a pensar con claridad, lo que nos puede aportar la distancia que necesitamos para poder ver la realidad desde otro ángulo y tal vez llegar a una solución.
Leer más: http://www.lavanguardia.com/estilos-de-vida/20121207/54357077714/obligados-a-conquistar-la-felicidad.html#ixzz2ERURnSQb
Síguenos en: https://twitter.com/@LaVanguardia | http://facebook.com/LaVanguardia