posibilidad de una vinculación singular y social con predominio saludable es una construcción psicosocial, la que a su vez es atravesada por lo económico, político, cultural y en los distintos ámbitos vitales, que comienza por los grupos familiares, en otras instituciones públicas y privadas de la organización social, y en (y con) lo ambiental. La historia de una sociedad, su cultura, injusticias, asimetrías, proyectos o ausencia de ellos también se expresa en su modalidad vincular dominante.
La falta de proyectos y de sentidos por la vida o su pérdida generan o constituyen factores centrales en la violencia vincular en todos los niveles sociales, tanto institucionales como en lo individual. Mientras que, contrariamente, la posibilidad de construir proyectos singulares y sociales basados en la solidaridad, en el reconocimiento de la necesidad del otro para constituirse en sujetos y en su respeto como a sí mismo, brindan soporte vincular, confianza, lealtad: nutrición vincular.
La aptitud para ejercer vínculos saludables requiere de experiencias y vivencias tempranas, en los primeros años de vida de cada sujeto, de vínculos psicoemocionales predominantemente amparantes y tierno-amorosos de quienes ejercen las funciones parentales. Ello genera protección, amparo, crecimiento saludable, la posibilidad del límite y del reconocimiento del otro en sus necesidades, deseos, derechos y subjetividad, lo que brinda los pilares de una vida ética y digna. Mientras que el predominio de lo odioso y violento arrasa y desconoce al otro, lo desubjetiviza.
El crecimiento saludable de cada niño, niña y adolescente, es una necesidad de toda la sociedad, no sólo de sí mismos, de sus padres y/o familiares. Ello requiere de una nutrición estructural, esto es: alimentos sanos, afectos tiernos, miradas, palabras, cuidados, vínculos, símbolos y proyectos. El propósito es instalar la educación y la cultura del cuidado del otro y el propio, de modo que posibilite su internalización como modalidad vincular básica, para una vida saludable y para la solidaridad intergeneracional.
La construcción de vinculaciones saludables, que permitan reconocer y aceptar la autonomía del otro, requiere del reconocimiento de éste como tal, la aceptación crítica de su diferencia, la interiorización del límite y la renuncia a buena parte del propio narcisismo. Lo saludable no es la pasividad, la adaptación acrítica y descomprometida, sino todo lo contrario. Se trata de permitir el disenso, como la discusión y el conflicto, como valores, sin temor a la pérdida del otro significativo, ni al desamor, al rechazo o al abandono. El predominio de lo amoroso respeta autonomías y es liberador, mientras que lo violento genera ataduras, dependencia enferma, criterio “único”.
La vinculación saludable aumenta la capacidad para enfrentar crisis y situaciones adversas, elaborarlas, transformar las condiciones que la generaron, desarrollar zonas de negociación vincular, alianzas, amparo y solidaridad, disminuir el narcisismo y la proyección de lo negativo propio en terceros.
Es clave desarrollar, durante el crecimiento de los sujetos y desde temprana edad –en la familia, en la escuela y en las distintas instituciones y vínculos de los que participan– formas alternativas de resolución de conflictos que eviten el dominio, el control, el sometimiento del otro y la supuesta solución de diferendos mediante la fuerza o basados en las relaciones de poder dominantes.
Es central promover el predominio de vínculos saludables, basados en la solidaridad y la ética, los que trascienden el bien común entre humanos, incluyendo la relación con lo eco-ambiental, lo que posibilita la supervivencia y el sostenimiento de un proyecto de vida digno y saludable a nivel estructural.
La vinculación saludable posibilita y requiere de la participación creativa de los ciudadanos y ciudadanas para constituirse como tales, tanto en el reconocimiento y defensa de sus intereses y derechos –a nivel político, cultural, económico y social–, como en lo técnico-científico, para producir y transformar la realidad, mejorar sus condiciones de vida y el logro de su inclusión estructural.
Por tanto, los vínculos saludables lo son si prevalece un modelo de vinculación social basado en la justicia social, en la equidad en la distribución de bienes materiales y simbólicos, en la democracia real, participativa y popular.
La salud de una sociedad requiere de la construcción y sostén de referentes éticos, sociales y políticos surgidos de ella, en la defensa de sus ideales, necesidades, intereses; desde la solidaridad y entrega por el conjunto social en la defensa de sus derechos como de sus mitos de origen. La promoción de vínculos saludables o el desarrollo de tareas preventivas, asistenciales, de rehabilitación o transformación del modelo violento de vinculación, requiere de intervenciones y trabajos intersectoriales, interdisciplinarios y con un fuerte compromiso participativo a nivel comunitario. Y precisa de la solidaridad transformadora intra e intergéneros y de la superación de las inequidades y desigualdades en derechos y oportunidades surgidas desde el modelo patriarcal –persistente– en contra de la mujer y de lo asociable o percibido como femenino.
Finalmente, los vínculos saludables requieren reflexiones críticas sobre la necesidad de límites al consumismo de objetos, la centralidad del mercado, de los medios de comunicación o de las redes sociales virtuales como constructores de identidad y de realidad; y sobre la presión de inclusión/exclusión socio-económica y cultural surgidas desde allí, que sustituyen los vínculos significativos y los afectos, los encuentros, la palabra llena, la escucha, los efectos de presencia real del otro.
El autor
Licenciado en Psicología. Coordinador y supervisor clínico del Programa de Atención Interdisciplinaria para Víctimas de Delitos contra la Integridad Sexual del Consejo Provincial de la Mujer.
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