Gracias!
Esta palabra probablemente fue una de las primeras que usted
dijo. En prácticamente todos los idiomas, “gracias” es
parte del vocabulario básico. Con excepción de aquellos que tienen
deficiencias auditivas o verbales, no es difícil pronunciarla. Pero
hay mucha diferencia entre tener la capacidad de decir “gracias”
y tener realmente un corazón agradecido. ¿Qué lugar ocupa la
gratitud en su lista de virtudes cristianas?
En
un repertorio que debería incluir cosas como fe que mueve montañas,
obediencia radical, longanimidad paciente y el sacrificio de la
segunda milla, para muchos, la gratitud es como un complemento
opcional. Agradable si se la puede recibir, pero sin ninguna
incidencia en el buen desarrollo de la vida.
Si
en nuestra mente hubiera una escala de A, B y C de las
características cristianas, es probable que la gratitud ocupe
uno de los niveles más bajos, junto a la hospitalidad, el entusiasmo
y asistir a la iglesia los domingos a la noche. Pensamos que la
gratitud podría estar incluida en los modelos de lujo, pero que
definitivamente no se incluye en el paquete básico, ni siquiera en
la misma categoría de esas otras piezas más importantes de
cristianos fuertes.
Y
sin embargo… Este asunto de la gratitud es mucho más importante de
lo que su ligera reputación sugiere. Lo que al principio parece ser
una pequeña piedra preciosa que hace juego con nuestros objetos
más refinados, en realidad es un componente mucho más grávido,
poderoso y necesario, para nuestra vida cristiana. Por
ejemplo, trate de mantener una fe constante —sin gratitud— y con
el tiempo su fe habrá olvidado cuál es la esencia de su devoción,
y se convertirá en una práctica religiosa ineficaz y hueca. Trate
de ser una persona que irradie y muestre amor cristiano —sin
gratitud— y con el tiempo su amor chocará fuertemente contra las
escarpadas rocas del desánimo y la desilusión. Trate
de ser una persona que dé de sí sacrificialmente —sin que la
ofrenda vaya acompañada de gratitud— y descubrirá que cada gramo
de gozo se pierde por entre las grietas de su complejo de mártir. Como
dijo una vez el pastor británico gratitud no es un John Henry
Jowett: “Cada virtud separada de gratitud está lisiada y camina
con dificultad por la senda espiritual”.
La
verdadera gratitud no es un ingrediente casual. Tampoco es un
producto aislado, algo que en realidad nunca interviene en la vida y
que cómodamente niega la realidad fuera de su propia pequeña isla
feliz en algún sitio. No, la gratitud tiene mucho que hacer en
nosotros y en nuestro corazón. Y es uno de los medios
principales por los cuales Dios inyecta gozo y optimismo a las luchas
diarias de la vida.
Alabanza
o queja
La
importancia de la gratitud difícilmente pueda exagerarse. He llegado
a creer que pocas cosas son más apropiadas en un hijo de Dios que un
espíritu agradecido. Del mismo modo, probablemente no haya nada que
haga a una persona menos atractiva que la falta de un espíritu
agradecido.
He
aprendido que en cada circunstancia de mi vida, puedo decidir
responder de una de las siguientes maneras: Me puedo quejar o
¡Puedo alabar! Y no puedo alabar sin dar gracias. Simplemente no es
posible. Cuando decidimos alabar y dar gracias, especialmente en
medio de circunstancias difíciles, hay una fragancia, un brillo que
mana de nuestra vida que bendice al Señor y a los demás.
Por
otro lado, cuando sucumbimos ante la queja, la murmuración y la
lamentación, terminamos en un tobogán destructivo que finalmente
conduce a la amargura y a la ruptura de relaciones.
Las
consecuencias de un espíritu desagradecido no son tan visibles como,
por ejemplo, las consecuencias de una enfermedad contagiosa. Pero no
por ello son menos mortales. La civilización occidental ha caído
presa de una epidemia de ingratitud. Como un vapor venenoso, este
sutil pecado está contaminando nuestras vidas, nuestros hogares,
nuestras iglesias y nuestra cultura.
Un
hombre o una mujer agradecidos son un aliento de aire fresco en un
mundo contaminado por la amargura y el descontento. Y la persona cuya
gratitud es el producto derivado de una respuesta a la gracia
redentora de Dios, mostrará la verdad del evangelio de un modo
atractivo y convincente.
De
modo que, a menos que a usted le encante sentir que el deber lo
despierta a las tres de la mañana, o le arruina los planes para su
día libre, o le entrega una factura inesperada que no estaba en su
presupuesto del mes, no trate de vivir la vida cristiana sin
gratitud. Por pura fuerza de voluntad y esfuerzo, usted podría
“hacer de tripas corazón” para tener una buena respuesta, pero
su cristianismo (presunto) será hueco, riguroso y poco
atractivo para los demás.
El
poder de la Gratitud
Cuando
el promotor inmobiliario Peter Cummings asumió su posición como
presidente de la Orquesta Sinfónica de Detroit en 1998, comenzó a
enviar tarjetas de agradecimiento a cada contribuyente que donaba
$500 o más a la orquesta. No podía soportar la idea de que uno de
los patrocinadores de la sinfónica recibiera una carta modelo
con su nombre mal escrito accidentalmente, o que uno de sus amigos
recibiera un agradecimiento general con el sello de la firma de
Peter.
Entre
la multitud de cartas que pasaban por sus manos había una dirigida a
Mary Webber Parker, hija de una de las familias líderes de Detroit
de una generación anterior y heredera de la fortuna de los grandes
almacenes Hudson. Ella se había mudado de Detroit hacía muchísimo
tiempo, se había radicado en California y ahora había enviudado; de
modo que residía en un asilo de ancianos lujoso en las afueras de
Hartford, Connecticut. Y por alguna razón, ella había
decidido enviar una donación única de $50.000 a la sinfónica
de su ciudad natal.
La
tarjeta que Peter le envió a Mary era, como de costumbre, solícita
y amable… e inesperada. Debe haber sido emocionante para el corazón
de esta anciana viuda (que solo había regresado a Detroit dos veces
en los últimos veinte años) escuchar acerca del resurgimiento de la
orquesta, en parte, hecho posible por su generosa contribución. Dos
semanas más tarde, ella envió otra donación de $50.000.
A
los pocos días, Peter le volvió a escribir para expresarle su
inmensa gratitud y prometerle que algún día que estuviera por
allí la iría a visitar. Él tendría que viajar desde Michigan para
llevar a su hija a matricularse en la universidad de Hartford el
otoño siguiente. Pero no tenía intenciones de que la Sra. Parker
participara de la campaña de donación anual; “sin ninguna
obligación”, como se dice en los círculos de recaudación de
fondos. Era sencillamente un intento amable y personal de decirle
gracias.
Pasaron
los meses. Y luego, en una carta fechada el 13 de junio, Mary Webber
Parker aceptó que Peter la fuera a visitar en el otoño. Y si le
parecía bien, haría una donación, pero esta vez no de $50.000,
sino de $500.000 para la sinfónica de Detroit. No solo una
vez, sino una vez al año durante cinco años. ¡Dos millones y
medio de dólares!
No
por obligación. No por coerción. No porque no tuviera suficientes
aspirantes que hicieran lo imposible para persuadirla como
benefactora. Ella lo hizo porque alguien fue agradecido.
Genuinamente agradecido. Ese es el poder estimulante de la
gratitud; el poder que ventila el aire viciado de la vida diaria.
El
deseo de nuestro corazón
No
obstante, me sorprendería pensar que usted podría despertarse esta
mañana y decir: “¡Dios mío! Si solo pudiera ser una persona
más agradecida, mi vida sería mucho mejor”. La falta de gratitud
raras veces se plantea como la raíz de nuestros problemas.Sin
embargo, no me sorprendería saber que últimamente ha estado
pensando: “Estoy cansada de que mi esposo sea tan desconsiderado
conmigo. Yo me desvivo por satisfacer sus necesidades, pero él me da
muy poco a cambio. Quisiera que tan solo una vez se detuviera a
pensar que hay otras personas además de él en esta casa que tienen
necesidades”. O
tal vez: “Siempre he esperado que mis padres se disculparan por
haberme colocado en la situación de un niño abusado. Un simple ‘lo
siento’ hubiera bastado. Pero todo lo que siempre obtuve fueron
excusas y justificaciones; siempre han echado la culpa a los demás.
Solo quiero que se interesen por mí. Quiero que reconozcan cuán
difícil ha sido vivir con esta realidad y cuánto me ha costado.
¿Por qué no se pueden dar cuenta de esto?”. O:
“Sinceramente, ya ni siquiera estoy seguro de lo que creo. He
perdido todo deseo de orar, leer la Biblia o servir al Señor como lo
hacía. Ya no me interesa. Y asistir a la iglesia es una obligación.
Con todo ese celo espiritual que solía tener; la gente debió haber
pensado que estaba loco. Tal vez, lo estaba. Pienso que todos
estarían mucho mejor si simplemente no tuvieran falsas esperanzas de
que Dios cumplirá todos sus deseos”.
No
es necesario que diga que la vida nos trata mal. Si no es uno de esos
pocos ejemplos que di, es un niño difícil, un empleo frustrante, un
problema médico grave (o tal vez solo sospechas), un problema con un
familiar político que no tiene solución. Podría ser un bajo nivel
de solvencia económica, una alteración del sueño, un hábito
pecaminoso persistente, o tal vez algo que suele alterar la vida
tanto como un largo y extenso divorcio.
Pequeñas.
Grandes. Prolongadas. Cotidianas. Hay muchas cosas acerca de nuestras
experiencias de vida individuales que ocupan nuestros
pensamientos, alimentan nuestros temores y añaden a nuestras
preocupaciones. Ya sea que estemos conduciendo en nuestro automóvil
hacia alguna parte, o estemos tratando de dormir una siesta, o
intentemos prestar atención al sermón del pastor, toda esta
“miseria” nos envuelve como una telaraña que no nos podemos
sacar de encima.
Intentamos
de todo para solucionar estos problemas. Defendemos nuestra
posición en contra de las personas que más nos hacen sufrir en la
vida. Buscamos el apoyo moral que necesitamos para exteriorizar
nuestras quejas y molestias. A
veces nos hundimos en patrones de evasión, con el simple fin de
tratar de no pensar en ello. Nos dedicamos a trabajar en un intento
por evitar tener que abordar problemas más importantes.
Pero
es muy probable que pese a cómo tratemos de hacerles frente a la
dificultad y la decepción, debajo de todo ello hay un grito interno
que nos impide a muchos de nosotros experimentar lo mejor de
Dios en nuestra situación. Con las promesas de Dios aún en vigencia
—incluso en medio del dolor y las dificultades— con su paz y su
presencia todavía disponibles para aquellos que confían en Él, muy
a menudo decidimos buscar nuestro consuelo en estas palabras
lastimeras: “¿Por qué justo a mí?”
¿Cuán
a menudo ha caído en estas ásperas quejas, con la esperanza de
extraer suficiente fortaleza para proteger su corazón de un peligro
y daño mayores? “¿Por qué es tan dura la vida?”. “¿Por
qué las otras personas no pueden ser normales?”. “¿Por
qué me tuvo que pasar esto a mí?”. “¿Por qué nadie me
ama por lo que soy?”. “¿Por qué Dios no responde mis
oraciones?”. “¿Por qué tengo que vivir así de solo?”.
“¿Por qué la Biblia no me habla a mí como les habla a
ellos?”. “¿Por qué este problema parece no tener fin?”.
“¿Por qué no tengo otra alternativa que aceptar esto?”.
“¿Por qué a mí?”
Sentirse
traicionado. Sentirse excluido. Sentirse inferior… maltratado…
subestimado. Como un remolino que gira en círculos interminables,
que nos hala y nos lleva hacia abajo con cada arrebato de
autocompasión, nos hundimos más y más en nuestros problemas. Nos
alejamos de Dios con ingratitud.
“Las
personas me dicen que mantenga la cabeza en alto. Me dicen que esto
solo durará una etapa. Pero esta ‘etapa’ de la vida se ha
extendido demasiado. Y todavía no veo ningún final cercano”. “Usted
me dice que sea agradecido, Nancy. Pero usted nunca estuvo en mi
situación. Si tuviera una idea de lo que he estado atravesando,
no se apresuraría tanto a decir eso”. “Estoy
tratando de aceptar lo que me está sucediendo, estoy aprendiendo a
vivir con ello. ¿Pero tener gratitud? ¿Está diciendo que tengo que
disfrutar de esto?”
Le
aseguro, estimado amigo, que si todo lo que tuviera que decirle
fueran dulces banalidades acerca de la gratitud, ni siquiera trataría
de responder a declaraciones tan reales como éstas. Si todo lo que
nuestra fe tuviera que ofrecer fueran palabras que solo caben en un
servicio religioso o un libro de texto religioso, sería insensible
por mi parte expresárselas a alguien que está luchando por
sobrevivir.
Pero
la verdadera gratitud, centrada en Cristo y motivada por la gracia
estilo de vida bíblico, cabe en todo momento, aun en los momentos y
las situaciones difíciles más desesperantes de la vida. Aun cuando
no hay “respuestas”, nos da esperanza. Y transforma a los
luchadores más abrumados en conquistadores victoriosos.
La
parte más importante de la Gratitud
El
concepto de la gratitud no se ha perdido completamente en nuestro
mundo. Solo hace falta caminar por una tienda de tarjetas en un
centro comercial para ver muchos productos en los estantes, decorados
con margaritas y colores pastel, que nos motivan a ser agradecidos.
Los mensajes de estas tarjetas son inspiradores y se puede apreciar
el alivio y solaz que ofrecen en medio de los diversos cambios de la
vida.
Pero
de alguna manera, muchas de estas expresiones de gratitud parecen más
propias de una reunión para tomar el té en nuestra casa, que de la
conmoción y confusión de la vida que usted y yo conocemos demasiado
bien. Como puede ver, la gratitud es mucho más que flores
color pastel y páginas de un diario personal.
La
gratitud es un estilo de vida. Un estilo de vida bíblico, difícil y
motivado por la gracia. Y aunque en cierto sentido todos pueden ser
agradecidos —pues Dios ha extendido su gracia general a todos— la
verdadera gloria y el poder transformador de la gratitud están
reservados para aquellos que conocen y aceptan al Dador de cada buena
dádiva y que son receptores de su gracia redentora.
–Extracto tomado del libro
En la quietud de Su presencia por Nancy Leigh DeMoss. Una publicación de
Editorial Portavoz. Usado con permiso.